Capítulo 2 - Tristeza.

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La suave brisa y el cantar de los pájaros era el único sonido que escuchaba al encontrarme sentado en la playa. La soledad era inmensa, no habían adultos ni mucho menos niños, todo el lugar estaba vacío.

Caminé a la orilla del río con los pies descalzos, dejando mis huellas en la arena, marcando un camino sin rumbo.

Dibujé un corazón enorme en la arena, lo miré unos segundos con los ojos entrecerrados y noté una sombra en el suelo, justo a mi lado.

— Aquí estás.

— ¿Me buscabas? —pregunté ansioso y feliz.

— No —respondió seco.

Mi corazón se estrujó como una bolita antiestrés en la mano de una persona ansiosa. Graciosamente, aunque no para mí, yo era esa bolita, y él era la persona ansiosa.

— Terminaste conmigo, no entiendo qué haces parado aquí —solté dolido—. ¿Acaso te arrepientes? Si es eso, yo...

— No me arrepiento —dijo mirando hacia el río—. Es más, me siento libre.

— Felicidades, al menos tú estás bien con esto.

Él soltó una risa.

— Nunca serás feliz sin mí.

No respondí, me quedé en total silencio viendo como una enorme ola borraba el corazón que dibujé en la arena. Suspiré y, cuando estaba a punto de contestar, él desapareció sin siquiera dejar sus huellas en la arena. Fruncí el ceño y escuché a un ave cantar de manera extraña, era un sonido algo familiar.

Abrí los ojos y me di cuenta de que todo fue un sueño, y que aquel sonido no era un ave, sino mi alarma. La apagué y me quedé recostado unos cinco minutos, analizando mi sueño y conectando mi mente con la realidad.

Bostecé profundamente y me levanté de la cama, fui directo al baño a asearme, y al terminar me preparé un desayuno rápido.

No tenía ganas de comer, de ducharme, ni siquiera de mirarme al espejo.
A mitad del plato sentí asco, me dieron náuseas y fui directamente al baño a vomitar. Mi estómago se revolvía sin parar, comencé a llorar mientras estaba sentado frente al retrete, sujetando mi cabello con una mano y el retrete con la otra.
Las lágrimas no paraban de salir, la boca me sabía a mierda, mi garganta estaba tan cerrada que el aire apenas pasaba, y mis labios dejaban escapar pequeños sollozos.

Vomité una vez más, casi sintiendo que el corazón se me saldría, o que mi estómago explotaría ahí mismo.
Cuando ya me sentía mejor, me puse de pie y me enjuagué la boca repetidas veces, evitando mirarme al espejo; lavé con agua fría toda mi cara nuevamente, me sequé con lentitud y fui a buscar un vaso de agua.

La cabeza me dolía como si hubieran mil trabajadores martillando mi cerebro, así que opté por tomar una pastilla y recostarme en el sofá. No tenía mucho qué hacer puesto que era domingo, ni sabía por qué mi alarma sonó tan temprano.

Todavía sentía la acidez del vómito en mi garganta, mis ojos estaban aún algo hinchados y rojos. Pasé mi mano con frustración por mi rostro y observé a mis gatos jugar en su rascador.

Me sentía peor que una mierda, mejor dicho como un millón de mierdas acumuladas.
Reí al pensar en eso. Me sentía loco, mi cuerpo se sentía enfermo y mi cabeza parecía darme golpes por haber bebido tanto la noche anterior.

— ¿Estaría mal si me como un brownie? —le pregunté a mi gato.

Caminé hacia la cocina y encontré aún dos brownies que me regaló Felix. Les saqué el envoltorio y comí uno, siempre me animaban los brownies que hacía mi amigo.

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⏰ Última actualización: Apr 14, 2022 ⏰

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