Capítulo 1: Marcando territorio.

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Camile

Aquí me encontraba, sobre la cama de mi habitación, pensando en el único hombre que hasta este momento había logrado quitarme el sueño. Un magnífico Dios griego que de solo verlo me hacía estremecer con su presencia, y justo ahora estaba imaginando cada detalle de su atlético y escultural cuerpo.

Era inevitable no pensar en él, siendo que era la cosa más deliciosa y apetecible que mis ojos habían visto. Desde que lo tuve frente a mí por primera vez no había podido evitar posar mis pensamientos en esa creación, que aunque no sabía si era de Dios o del diablo, estaba tan bien formado que para mí resultaba una completa tentación. Créanme que me sentía Eva en el paraíso siendo tentada por la serpiente y a nada de morder la manzana. Es más, estaba que moría por clavarle los dientes.

¡Por Dios!

Lo había conocido un día en el hospital, cuando Eitan el esposo de mi amiga Adrianne tuvo el accidente. Desde entonces no dejaba de imaginar las posibilidades de como tenerlo. Sí, ya sé, deben pensar que estoy loca, pero a ese hombre quería clavarle los dientes, las uñas y cuantas cosas se me antojasen. Aunque sabía que al final la única que terminaría siendo clavada sería yo, y ya saben como. No sería precisamente a la cruz como Jesucristo, cosa que no me desagradaba en lo absoluto, todo lo contrario.

Ese porte de hombre de realeza lo hacía aún más atractivo de lo que ya era. Su altivez, ese empoderamiento que mostraba en cada centímetro de su ser, me enloquecía.

¿Y qué decir de ese cuerpo musculado y bien definido que se escondía bajo la tela de su camisa? O esos abdominales que se definían en esa perfecta uve que lograba dejarme sin aliento.

¿Qué como lo sabía?, sencillo. Uno de esos días, después de haberlo conocido lo volví a ver por casualidad en la calle, o al menos eso pensaba, que se trataba de una casualidad. Prefería creer que no lo fue tanto, así alimentaba las ideas que tenía en mi cabeza y los deseos de mi corazón.

Bien, el hecho es que el hombre iba pasando en su coche. En ese momento yo estaba saliendo de mi edificio, así que al verme se detuvo y bajó del auto. Según él tenía una sed demandante y como soy una buena samaritana no me negué a calmarla. El agua no se le debe negar a nadie.

Es mi opinión. 

Cuando me habló y me dijo lo que tenía subimos a mi apartamento. Lo invité a sentarse en uno de los sillones y a ponerse cómodo en lo que regresaba de la cocina, de buscar el agua. Lo que no imaginé fue que el hombre incluiría en mi invitación a ponerse cómodo, el quitarse la camisa.

«¡Santa madre de las embobadas por un hombre!».

Fue lo que pensé cuando lo vi. Ahí estaba yo, con una especie de hipnosis frente a él, observándolo como si la imagen que tenía en frente fuera la de un auténtico Dios.

¡Y vaya que lo era! Tuve que pestañear varias veces y pasar saliva para salir de mi ensueño. Él se justificó diciendo que tenía calor. Yo no sentía tal cosa, claro está que fue antes de eso. Después de verlo podría jurar que mi temperatura estaba como a cuarenta grados Celsius.

Por esa gracia casi muero.

Si la primera vez que lo había visto con esa camisa ajustada a su musculatura me quiso dar algo, ahora estaba a punto de darme un ataque fulminante al corazón.

Al darle el agua tuve que contenerme, ya que mi mano temblaba a causa de los nervios. Cuando me senté en la silla que quedaba justo al frente parecía que la misma tenía bichos. Bichos de esos que te dan comezón solo cuando te observan.

Yo me movía más de lo normal y él parecía disfrutar aquello. Su rostro desprendía un no sé qué malvado, como si hubiera estado a punto de reír a carcajadas. Aun así, yo quería saltar de la silla y caer sobre él, pero me contuve. No podía permitirme hacer lo que deseaba, aunque estaba rezando por lo bajo para poder resistir. Soy muy mala resistiendo el deseo y para ser sincera, nunca quiero hacerlo. Cuando siento deseos los siento y es pecado no saciarlos.

El poder de tu seducción [Libro 2 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora