Capítulo 4: Sueño húmedo

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Eric

—Lo que Remi sea o deje de ser no es mi problema, hija. Que viva su sexualidad como mejor le parezca.

—¿Entonces cuál es el problema, papá? Si ya te expliqué todo.

—Camile, he dicho que no me importa él, pero me importa lo que hagas tú. Cuando me llamaron visualicé al tipo entrando contigo a tu apartamento. Estabas ebria, hija. Eso fue lo que me dijeron, y te juro que vine con todas las intenciones de pegarle un tiro.

Estando en el baño escuché lo que parecía ser la voz de William y Camile. No podía discernir lo que hablaban con total claridad. Me tocó adivinar alguna que otra palabra, pero lo que sí estaba claro era que habían entrado a la habitación.

Estaban a solo metros de donde me encontraba y no me quedaba de otra que prepararme psicológicamente para enfrentarlo. Era obvio que el hombre estaba buscándome, o al menos eso pensé en ese momento. Por lo que estaba escuchando alguien lo había llamado para contarle lo que había sucedido y la primera imagen de la persona que vino a mi mente fue la del portero.

Si William estaba buscando al hombre que subió con la hija y habían llegado a esta habitación, significaba ya había hecho su exhaustiva búsqueda por todo el apartamento. Así que después de lograr que mi cuerpo dejara de sentir lo que sentía, pura tensión, me paré frente a la puerta a la espera de que fuera abierta.

—Es un chivato quien te lo dijo. ¿Por qué mejor no se meten en su vida? —Se quejó Camile mientras yo me comía el cerebro intentando adivinar que rayos era lo que habían venido a hacer a esta habitación.

¿Sería cierto lo que estaba suponiendo? ¿Realmente William me estaba buscando?

Dentro de mi cabeza había una revolución de ideas y ninguna conspiraba a mi favor. Cada una de ellas era más cruel que la otra. Perforaban mi cabeza como un maldito taladro.

—Camile, no puedo creer que estés usando ese término...

—Es cierto, papá. Por si no lo sabían soy mayor de edad. Tengo mi carrera y me...

—¡Eres mi hija! —bramó el hombre y mi corazón se aceleró más de lo que ya estaba—. Para mí nunca serás mayor de edad. Y la persona que me alertó sobre lo que estaba pasando no es ningún chivato, como dices, ¡mide tus palabras! Estaba preocupado por ti. Tendrías que dar gracias por eso.

—¡No! No daré las gracias a alguien que te llamó para tratar de tergiversar las cosas, sabrá Dios con qué intención —refutó la chiquilla y lo próximo que imaginé escucharía era el sonido de una cachetada.

Por la forma en que ambos hablaban llegué a pensar que en cualquier momento William le pegaría, pero ese sería el momento en el que no estaría tras esa puerta ni un segundo más.

Estando yo la tocaría de esa manera solo una vez, por muy hija suya que fuera.

—No daré las gracias a ese entrometido —prosiguió—. Mira toda la confusión que ha provocado. ¿Me ves ebria? ¡Pues no! Y para colmo el pobre de Remi fue quien terminó pagando las consecuencias.

—Hija, no me hagas pasar por tonto. No puedo ni imaginar lo que hiciste para borrar tu aliento etílico, así que no te esfuerces en hacer drama. ¡Conozco a la hija que tengo! ¿Por qué crees que siempre te tengo puesto el ojo encima? —«Porque sabe lo diabólica que es», pensé—. Y ya deja de exagerar. No se caerá un pedazo de cielo porque haya confirmado que Remi es gay. A fin de cuentas, no fue ningún descubrimiento. Es algo que supe desde que lo conocí.

—Ya le dije que no estuve borracha, solo bebí unos tragos —¡mentirosa!, tengo que tener cuidado con esta boa. ¿Cómo es posible que mienta con tanta naturalidad? Me cuestionaba sin encontrar respuesta—. Y en cuanto a lo de Remi ya lo sé, pero me obligó a confesar algo que no me correspondía, padre.

El poder de tu seducción [Libro 2 de la serie posesivos]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora