CAPÍTULO 1: PRESO
Adam se quedó inmóvil, absorto y abrumado. El dolor de cabeza causado por el golpe era mínimo a comparación de sus emociones.
Cuando era pequeño, su familia siempre se lo indicaba: "Algún día llegará la persona a la que estás destinada. Se mirarán y por fin sentirás aquella ráfaga". Qué mentira más absurda.
—¿Estás loco? —se quejó el viejo. Adam no entendía por qué aquel le defendía, hasta que terminó de escucharlo—. Si lo matamos, tu nombre se borrará de su muñeca y sabrán tu verdadera identidad. No seas tonto.
Él siempre creyó que la persona a la que estaba destinada era todo lo que deseó. Alguien tierno, adorable y hasta torpe que podía abrazar por las noches y besar una y otra vez diciéndole cuánto le amaba y anhelaba. Todo... había sido una farsa.
Alex ni siquiera parecía importarle. Al contrario, se mostraba asqueado y hasta disgustado de tener que ver a la persona con la que el universo la unió durante todas sus vidas. ¿Acaso no sentía nada? ¿Ni siquiera compasión?
Dolía. Todo le dolía. Todo lo que había construido en su vida, estaba siendo destruido por la persona a la que tanto había esperado.
—No lo entiendo, deberías de amarme —susurró impulsivamente. Su voz temblaba mientras el llanto amenazaba con salir. No le importaba que otros le escucharan—. ¿Por qué... me quieres muerto? Mi alma está unida a la tuya, somos almas gemelas. Alex Smith debe ser el amor de mi vida, no el asesino que me la arrebate. No tiene sentido.
Los ojos oscuros de Alex le juzgaron. Este se apoyó en el escritorio, ladeando la cabeza. Adam no podía apartar la mirada de él, rogante. Creía que tenía esperanzas, hasta que segundos después su alma gemela volvió a hablar:
—Podríamos matarle y quemar su cuerpo junto con los otros, entonces —comentó, asintiendo varias veces—. Sí, es buena idea.
—Alex —se quejó el viejo, suspirando—. Tu madre no querría esto. Aparte, es obvio que sospecharán que quemamos los cuerpos por algo. Los demás ninguno tiene el nombre de su pareja, solo él.
El mencionado giró los ojos, harto. Adam tenía miedo de lo que fuera a suceder.
Su alma gemela era horrible. Era un asesino a sangre fría, que debía ser convencido por un externo para no arrebatarle la vida a alguien que estaba unido a él por la regla más fuerte de la vida.
¿Tanto le odiaba el universo como para atarle a ese chico? ¿Por qué no podía encontrar a alguien de buen corazón? ¿Acaso... él también tenía un corazón asqueroso como el de aquel?
Todos sus amigos habían encontrado parejas espectaculares y preciosas. Ellos se amaban, tenían familia y jamás se engañaban y mentían. Era un sueño. Sí, lo era. Porque ahora estaban muertos.
—Mataste a mis amigos —se quejó, sin saber qué más decir. Un pequeño sollozo salió de su garganta—. Te esperé tantos años y... simplemente... me arrebataste todo.
Un silencio inundó la sala, arruinado por la risa de Alex. Parecía indignado.
—¿Quién te dijo que me esperaras tantos años? ¿Cuántos años tienes mentalmente? —se burló, acercándose mientras reía—. ¿Diez? Las almas gemelas son un mito. ¿Dices que debo amarte solo porque llevo tu nombre en mi cuello, tatuado como ganado?
Adam tembló. Se llevaba al menos ocho centímetros y más de treinta kilos con ese chico, pero aún así se sentía pequeño e indefenso. Le aterraba pese a que instantes atrás su corazón se reconfortó de encontrarle.
—Tengo tu misma edad —contestó. Las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente, pero no se sintió avergonzado de su habla temblorosa—. Si alguien tiene una edad mental más baja que un niño, es la persona que tomó rehenes y mató a policías inocentes solo para conseguir fama.
—¡Fama! Wow, qué bien suena eso. Sí, ojalá tenerla, la verdad.
—Soy tu alma gemela —volvió a repetir—. Y mataste a mis amigos. ¿Eso no te causa nada?
Alex, ya más cerca suyo, se le quedó mirando fijo. Adam tenía miedo de desviar la mirada. Su piel se volvió de gallina en cuanto aquel le sonrió.
Por primera vez en su vida, pensó que la sonrisa de su alma gemela daba algo más profundo que miedo.
—¿Qué pasa? ¿No eres mi alma gemela, Adam Jones? —Su voz sonaba sarcástica y enojada—. ¿No deberías amarme y perdonarme todos mis pecados? ¿Dónde está el amor del que tanto hablas?
Tragó saliva. No sabía qué responder, porque tenía razón. Él no podría amar a un asesino y un lunático. Jamás. Debió... ser un error del universo. No había otra explicación.
No lo amaba. Lo detestaba. Lo odiaba con cada centímetro de su cuerpo. Era el ser más horrible que había presenciado en su vida. Ahora las lágrimas no solo salían por el fallecimiento de sus seres queridos, sino por el enojo y frustración; la rabia que le causaba que alguien tan sádico existiera... y estuviera unido a él.
Ni siquiera lo pensó. Sus labios se movieron solos, temblorosos. Aún lloraba, pero sabía que no saldrían mentiras de su boca.
—Voy a matarte yo mismo, Alex —declaró, devolviéndole la mirada fija—. Aunque sea lo último que haga, voy a quitarte la vida.
El rubio soltó una carcajada, en la cual se unieron las de sus aliados.
—El cachorro gigante, tembloroso y llorón va a matarme. Sí, suena bien para algún encabezado —sugirió. Miró hacia los demás—. Enciérrenlo en una de las habitaciones. No nos quedará de otra que tener una nueva mascota, chicos. No duden en matarle si muerde. Me será más difícil pensar qué hacer con su cuerpo que con su vida.
Adam bajó sus manos ante las indicaciones ajenas, llevándolas a su espalda en cuanto volvieron a apuntarle. No sabía aún qué podía hacer. No tenía planes, ni conocía nada sobre lo que estaba sucediendo. Sus brazos y piernas temblaban pese a la promesa que hizo. Quería irse a casa y descansar, dormir. No tenía fuerzas para nada.
Su cabeza seguía doliendo y tenía sospechas de que era el golpe proporcionado por la misma columna que le salvó la vida. Ahora las palabras que habían salido de su boca por puro rencor, se veían lejanas.
¿Cómo iba a poder salvarse de un grupo de terroristas, encabezado por alguien que debía amar? ¿Prometer matarlo... era posible?
—Bueno, tío, te toca el cuarto más lindo del banco hasta que nos movamos. Mueve el culo —habló el español. Se había quitado la máscara junto a los demás. Probablemente ya no le veían como amenaza, sino como una rata—. Vamos, que te muevas.
Dando un último vistazo hacia lo que solía ser su alma gemela, siguió las órdenes del anciano que arremetió contra su vida y terminó salvándosela de casualidad.
Adam sintió una punzada en su pecho al volver a ver los ojos oscuros de su alma gemela. Fríos y secos, cansados. ¿Siquiera volvería a verlos...?
Daba igual. La próxima vez que los vería, sin importar cómo, serían sin vida.
Porque él prometió arrebatársela.

ESTÁS LEYENDO
Almas gemelas
ActionEn un mundo donde los seres humanos tienen marcado en su cuerpo el nombre de su alma gemela, Adam cumple treinta y dos años. En medio del festejo, un llamado de emergencia a toda la estación policial lo interrumpe. Él y sus compañeros son llamados...