Había pasado una semana desde el inicio de clases.
En el transcurso de ese periodo de tiempo Tatiana paraba detrás de Emily, ya sea en hora de recreo o almuerzo, entrada o salida; siempre buscaba la oportunidad para hablar con ella. Emily al principio trató de alejarla, ignorarla y hacerle saber su fastidio, pero luego simplemente se resignó a su destino: había entendido en esa corta semana que no hay nada que le gane a la terquedad de aquellos ojos color miel.
Ahora el lunes empezaba y Tatiana se apresuraba en ir a la escuela. Estaba empezando a desarrollar la costumbre de llegar temprano al colegio con el único propósito de estar con Emily.
Después de su recorrido de siempre finalmente llegó al colegio, saludó al vigilante de la entrada y se apresuró en ir a su salón. Luego de unos minutos subiendo las escaleras y caminando en los pasillos llegó a su aula, pero antes de entrar se tomó un momento para recuperar el aire que había perdido en su apresurado trayecto.
Como de costumbre, o una que estaba empezando a adquirir, buscó con su mirada a Emily. Como era de esperarse, ésta ya había llegado y estaba sentada leyendo un libro, esta vez uno diferente al de misterio que leía la semana pasada. Se quedó unos momentos observándola. No importaba cuantas veces la viera, siempre le asombraba lo linda que se veía.
—¿Cuánto más piensas seguir observándome? —preguntó Emily sin despegar la vista del libro.
—¿Ah? ¿Qué? —aquella pregunta la había tomado desprevenida. Intentó decir una excusa, pero nada se le ocurrió— Lo siento— fue lo único que atinó a decir la ligeramente avergonzada.
Tatiana dejó sus cosas en su carpeta y, acto seguido, se dirigió hacia el asiento de Emily, sentándose en la carpeta de al lado.
— ¿Cómo sabías que era yo?
—Siempre te me quedas mirando así —respondió dejando de lado su lectura—. ¿Creíste que no me había percatado?
«¿Se había dado cuenta?» pensó la ojimiel tratando de disimular su vergüenza, aunque sabía que sus ruborizadas mejillas la delataban.
—O sea... que tú... sabías que yo...
—Pues sí, ¿qué esperabas? —posó sus azules ojos en ella— Después de todo, no lo hacías tan disimuladamente que digamos.
— ¡¿En serio?! —ahora su sonrojo era mucho más obvio.
—Algo, eres pésima acosando a las personas —dijo con el propósito de molestarla, pero manteniendo su tono de voz neutral.
—¡¿Qué?! —se paró de golpe, indignada.
—Vaya, al parecer no te gusta que te digan tus verdades —volvió a dirigir su mirada a su libro mientras sonreía sin que Tatiana lo notara.
—¡Eso no es cierto! ¡No soy pésima acosando a las personas!
—¿Entonces admites ser una acosadora?
—¡Claro que no!
Se quedaron mirando unos momentos. Emily evitando bufar divertida manteniendo su mirada inexpresiva, y Tatiana sonrojada y una expresión molesta.
—No soy una acosadora —susurró desviando la mirada a la par que hacía un ligero puchero y volvía a sentarse. Emily sonrió ante esto.
En esa semana que Tatiana no paraba de seguirla, se percató que poco a poco la máscara que usualmente esta usaba se iba cayendo poco a poco desvelando su verdadero rostro. Y aunque había momentos en que el antifaz volvía, estos cada vez eran menos, y eso le agradaba. Por eso ahora la compañía de Tatiana no la incomodaba, o al menos no tanto como antes.
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Perdona si digo que te amo
DragosteTatiana es una chica de 17 que está cursando su último año de secundaria, su personalidad optimista y amable hizo que ganara cierta popularidad y que tanto alumnos como profesores la conocieran. Sin embargo, entre todas estas personas, había una que...