1. Adoptando a un salvaje

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Sus botas se enterraban en la nieve dejando un rastro de pisadas, el aire frío entraba por su garganta y su pecho quemaba, la sangre que bajaba por su hombro llegaba hasta su brazo y al presionar la herida su cuerpo se inclinaba hacia un costado.

Golpeó el tronco de un árbol con el hombro izquierdo y se recargó pesadamente, su pecho subía y bajaba, y había un halo de humo causado por su aliento, dobló las rodillas y se deslizó hasta sentarse sobre la nieve.

Cerró los ojos, una vez escuchó que las personas que morían por hipotermia se desnudaban, pero no sabía si sentían sueño, tal vez era eso o simplemente estaba cansado.

Sonrió ante la idea de su pronta muerte.

Un destello de luz apareció en la periferia de su vista y al girar la cabeza hacia su costado izquierdo alcanzó a ver la luz parpadeante, sabía lo poco probable que era, pero la luz se clavó en sus ojos y lo llevó a levantarse mientras sostenía su brazo derecho.

En la distancia se escucharon ramas torciéndose y el distintivo sonido del galope de los caballos, se apresuró y llegó a una barda de piedra de dos metros de alto, buscó el espacio entre las rocas desde donde se filtró el rastro de luz y siguió caminando hasta ubicar un árbol alto con ramas extendidas, se aferró al tronco abrazándolo, trepó muy despacio, aferrándose con la única mano que podía usar y saltó al otro lado de la barda.

Al dejarse caer sus tobillos se doblaron y cayó al suelo.

Estaba nevando.

Entre la luz parpadeante que venía de algún punto y los copos de nieve le pareció que estaba soñando, giró sobre su hombro derecho y sintió un fuerte dolor, le pareció gracioso que fuera posible olvidar en qué lado de su cuerpo tenía la herida y se apoyó sobre la tierra para levantarse.

La fuente de luz brillaba entre las ramas de los árboles y oscilaba como lo haría una vela, siguió caminando eludiendo un arbusto alto para ver la imagen que se escondía.

Se trataba de una mujer con el cabello rubio vestida con un abrigo blanco, en una de sus manos sostenía un plato con una vela encendida y la otra mano estaba extendida, su mirada apuntaba al cielo esperando atrapar un copo de nieve, su rostro era iluminado por la luz de la vela y la luz que venía del reflejo de la luna, lucía igual a un ángel.

Una parte de él sabía que estaba soñando, que su cuerpo se quedó tirado en lo profundo del bosque, muerto por desangramiento o por hipotermia y que todo después del momento en que miró esa luz fue una alucinación y, sin embargo – ayu... – intentó hablar.

El ángel de su visión volteó y enarcó la mirada.

– Ayuda – pudo decir antes de desmayarse.

*****

En un día común, no había hombres saltando la barda de su hogar y atravesando el jardín solo para desmayarse.

Suspiró – debes ser el hombre con peor suerte en este mundo – le dijo al acercarse y dio la vuelta dejándolo en el jardín, la luz de la vela era la única que iluminaba el pasillo, tocó una puerta y esperó.

– Señorita...

– Hay un hombre en el jardín.

Los sirvientes de la mansión despertaron por el ruido y salieron de las habitaciones, el sargento Esperanto cargó el cuerpo del desconocido y lo llevó a una de las habitaciones libres.

– Herida de bala en el hombro, por suerte quedó atrapada y evitó que se desangrara, voy a necesitar las pinzas, alcohol, agujas y vendas – dijo el médico Alejandro Overa, miembro del escuadrón del sargento Esperanto – y traigan más cobijas, se estaba congelando.

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