Conduciendo un lujoso auto por las calles de París, se encontraba un hombre reflexionando en medio de esa mañana mientras regresaba a casa después de una visita a la joyería más prestigiosa de Europa, una de esas tiendas que frecuentaba la realeza y a una de las mejores florerías de la ciudad.
Tres meses habían pasado desde que el diseñador parisino decidió terminar con su doble identidad y planes malvados después de mucho tiempo de debates internos. Luego de un largo proceso pudo seguir adelante con su vida pues tenía dos principales motivos, su amado hijo y su asistente.... Si, su asistente, con el cada vez más creciente deseo de formalizar aquella relación que en realidad se trataba de una amistad llena de tensión por ambas partes.
Al conducir se encontró con una valla publicitaria de un joven rubio, era Adrien. No pudo evitar recordarla a ella al ver los ojos verdes de su hijo, éstos siempre hacían que el pudiera verla de nuevo.
-Mi querida Emilie, ya se han cumplido tres años desde el fatídico suceso, pero jamás te fuiste de nuestras vidas pues tu esencia sigue en nosotros.
Llegué a perder toda esperanza, pero cuando me sentí más desolado, ella estuvo ahí para llenar mi alma, ella... El ángel que dejaste para nosotros...Después de unos minutos finalmente se encontraba frente a la entrada principal de su casa dentro del auto aparcado. Gabriel sostenía entre sus manos una pequeña caja aterciopelada en rojo. Decidió abrirla una vez más revelando un diamante que destellaba de manera celestial por la luz que dejaba entrar la ventana del vehículo (y no era para menos, la joya era una pieza exquisita con un valor exorbitante) no pudo evitar sentirse un poco orgulloso, después de todo tener la posibilidad económica de pedir matrimonio con semejante piedra alimentaba su ego, quería solo lo mejor para la dueña de su corazón.
Guardando el pequeño estuche en el bolsillo de su saco bajó del auto para subir las escaleras hacia la puerta de entrada en completa calma y abrirla del mismo modo, con una ligera sonrisa que no podía borrar de su rostro al estar completamente absorto en sus pensamientos.
- ¡Señor!
-¡Nathalie! - Contestó completamente sorprendido dando un brinquito que disimuló elegantemente.
-Al fin lo encuentro, lo busqué por todas partes y no tomó ninguna de mis llamadas a su móvil... - Él notó que algo en sus manos captó por completo la atención de la pelinegra, las llaves del auto. - Usted...¿Usted condució?
Por inercia llevó ambas manos tras la espalda intentando esconder las llaves, algo que después reconoció totalmente absurdo pues solo hizo más evidente el gesto de confusión en ese rostro que le parecía tan bello.
- ¡Oh!... Yo... -Tratando de actuar lo más natural posible regresó las llaves a la vista con un movimiento un tanto brusco. - ¡SI!... Si...
Su mirada estaba clavada en él, en ocasiones esa mujer parecía tener la habilidad de leer su alma con solo verlo a los ojos. Ante esto comenzó a jugar las llaves en un inconsciente acto de nerviosismo.
-¿Qué diablos te sucede Agreste? - Reprimió su subconsciente
- ¿Está... todo en orden?- Cuestionó cruzando los brazos manteniendo esa mirada inquisitiva.
- ¡Si!.. Si...
-¡Suficiente!
Debía guardar la calma, no había razón para dejar crecer ese nerviosismo que comenzaba a asomarse. Así que recobró su postura firme.
- Todo está bien Nathalie, solo salí a atender unos asuntos personales, es todo.
El gesto analítico no dejaba su rostro, permaneciendo unos segundos más en silencio.
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Historias Gabenath
FanfictionOne-shots sobre Nathalie Sancoeur y Gabriel Agreste en los que todo es posible.