Las cuatro Annas, la aventura de vivir.

Cap 1

Desde que eran pequeñas, fueron amigas. Sus madres también lo fueron, así que siguieron esa tradición. Se reunían en su lugar especial, construido por ellas mismas en un claro del bosque que rodeaba la ciudad en la que vivían.

A ese lugar lo llamaban "Las Cuatro Annas", que con el tiempo se convirtió en una casa en el árbol decorada e iluminada, lo que le daba una apariencia mágica y etérea. El nombre era original, pero no tanto, ya que las cuatro se llamaban Anna.

Aunque recibieron muchas bromas por ello, con el tiempo lograron adaptarse. En el jardín de infantes, cada vez que alguien pronunciaba el nombre "Anna", las cuatro respondían. Pero entendían el hecho de llamarse iguales como una promesa hecha por sus madres y continuaron con ello. El significado de sus nombres era "piadosa, misericordiosa, bendecida por Dios", y sus madres prometieron nombrar a sus hijas en honor a la abuela de una de ellas, a quien todas admiraban y consideraban "mágica".

Así que se inventaron nombres "mágicos" para ellas también, según ellas para ser renombradas: solo la mayor de ellas llevaría el nombre Anna, la siguiente sería Annya, la siguiente Anní y la última Anne, todas con dos "n".

Solo ellas sabían dónde estaba el escondite del club, tenían un juramento escrito guardado en un cofre al pie del árbol, detallando las reglas del club y las sanciones a imponer si se desobedecían.

Las cuatro tenían personalidades fuertes y creativas, pero sin lugar a dudas, la más joven de ellas, Anne, era la que destacaba más por su cabello rojo y pecas intrusivas, y las gafas cuadradas que llevaba con orgullo. Tres de ellas tenían 16 años, solo Anne era la última "en ver la luz de la vida", como su madre solía decir, tenía solo 15 años. Anne era la que cuidaba de las demás, era su esencia. Así que el día que sufrió su primer desmayo en la clase de educación física en la escuela, las otras se asustaron mucho. Eran muy jóvenes en ese momento y tenían demasiados sueños por cumplir, así que cuando escucharon a la madre de Anne decirles entre lágrimas que su hija estaba muy enferma y tal vez no podría crecer con ellas, pasó una tormenta fría y dagas de tristeza por sus corazones.

Hicieron nuevos votos al pie del árbol en una fría noche, sellándolos con su sangre, pinchándose los dedos y uniéndolos: "Nunca dejaremos que nuestra Anne muera".

Anne ya no sonreía ni lucía tan fuerte como antes, su cuerpo mostraba signos de tratamiento y su cabello rojo y ardiente desapareció debido a la quimioterapia. Ocultaba su cabeza rapada con un enorme sombrero multicolor. Anne ya no sonreía, pero tampoco cedía a la tristeza, ni permitía que los demás lo hicieran.

A mitad del semestre, un estudiante entró en su clase. Todos tenían los ojos puestos en él. Alto, guapo, como sacado del mejor programa de amor que jamás hubieran visto. Su nombre: Eliseo. Tan guapo como misterioso y serio, no hablaba ni saludaba a nadie, lo que lo hacía aún más interesante, excepto para Anne, que ni siquiera había notado su presencia.

Las otras "Annas" quedaron fascinadas con él, especialmente la mayor, Anna, que no podía dejar de mirarlo ni por un segundo, lo que causó desacuerdo con las otras dos, que también querían llamar la atención del chico, pero él simplemente las ignoraba a todas.

Lo que todas querían lo logró Anne sin quererlo, de hecho, no estaba muy contenta con ello. Tendrían que trabajar juntos en un proyecto de escritura y expresión artística. Eliseo ni siquiera se dio la vuelta para mirarla cuando la maestra dijo sus nombres y el tema que debían abordar: "¿Existe el amor?"

Anna levantó la mano para ofrecerse en lugar de Anne, ya que no quería trabajar con el chico. La maestra la miró por encima de sus anteojos y le dijo que tomara asiento, los grupos ya estaban decididos y así serían. Así que Anna tuvo que soportar al insoportable Yaco, el rebelde sin causa y con toda la clase. Annya y Anní sonrieron cuando vieron que trabajarían juntas.