El deber y el corazón.

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Cuando eran momentos de crisis, los hombres debían de levantar la frente y prepararse, con valentía, para lo que fuera a cruzarse por su camino. De ser necesario, ocultar el temor que les pellizcaba las piernas. Aguantar las lágrimas y esconder cualquier rastro de duda.

Cuando alguien tenía preguntas, él debía de tener las respuestas. Fingir que sabía más de lo real, era una vieja costumbre de los demás padres o hermanos en las familias. Pero Mariano siempre odio las mentiras.

Por lo cual, cuando se estaba poniendo sus botas y Saúl le preguntó si iba a volver, Mariano se quedó en blanco.

Su padre, Carlos Guzmán, había partido a la guerra cuando Saúl tenía tres años. Y jamás regresó. Dijeron que había sido un héroe en el campo de batalla. Pero la gloria y los halagos no bastaron para calmar el corazón roto de su madre y la ausencia de su padre.

-Déjame acompañarte -le rogó su hermanito-. Si estoy a tu lado, podré cuidarte la espalda y lograremos regresar sanos y salvos...

Mariano sintió como su corazón se encogió ante los ojos llorosos de Saúl. Lo rodeó con sus brazos y lo atrajó hacia su pecho, con suavidad.

-Te necesito aquí -le dijo, depositando un beso en su cabeza-. Para que cuides a mamá y a tus hermanas... ¿Podrías hacer eso, por mí?

El niño temblaba en sus brazos, tratando de no poner en evidencia las enormes lágrimas que comenzaron a resbalar por sus mejillas, frotándose los ojos, con brusquedad. Pero asintió, sin mirarlo. Mariano le sonrió, gentilmente.

El bebé al cuál había visto dar sus primeros pasos y decir sus primeras palabras, el niño que lo consideraba más su padre que hermano, tendría que cargar con un peso tan grande como lo es ser el pilar de la familia.

-Pero, volverás... ¿No es así? -sollozó el pequeño-. Vas a volver, ¿verdad?

Mariano se lo pensó por un momento. Decir mentiras no eran nada bueno, se lo habían enseñado desde pequeño. Pero, ¿cómo podría asegurarle que regresaría sin que fuera mentira?

"Volveré...", había dicho su padre en el pasado. Antes de partir, le pidió que encendiera una vela y que la colocara en la ventana de la casa para alumbrarle el camino y poder llegar hasta ellos.

Mariano encendió una vela todas las noches antes de irse a dormir. Fue una rutina diaria de seis meses. Despues de cenar y prepararse para ir a la cama, ponía la luz que guiaría a su papá a casa. Y cuando los soldados regresaron, buscó entre la multitud a su padre, con una vela en las manos. Pero no lo encontró. Y el fuego se extinguió por la enorme y abrazadora oscuridad que era la soledad de esa noche.

-Mira -le dijo-. Quiero que me hagas un favor. ¿Bien? ¿Podrías encender una vela y ponerla en la ventana una vez que me haya ido? De esa manera podre ver el camino de regreso a ustedes.

Saúl pareció animarse más con esto, pues asintió con energía.

-Entonces, ¿es un hecho que volverás? -le preguntó con timidez.

-Dejémoslo en.. una promesa -respondió Mariano.

-¿Una promesa de meñique?

Una sonrisa se formó en sus labios al escuchar aquello. Desde que aprendió a hablar, la promesa de meñique era el juramento más grande e inquebrantable que Saúl conocía.

-Sí -afirmó él-. Por el meñique.

Y ambos entrelazaron sus meñiques, jalando con suavidad.

-¡Sí rompes tu promesa, se te caerá el meñique! -lo sentenció su hermanito.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2022 ⏰

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La Mejor Melodía Eres Tú (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora