Entre nubes y recuerdos

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Reconoce el aroma a miel que desprende. Tan dulce y embriagante como los besos que suele robarle y los cuales intenta no olvidar al sentir como se aleja poco a poco de esa persona, casi a punto de despertar.

Recuerda vagamente el color café de sus ojos. Los ojos en los que se ahogó un millón de veces. La sonrisa que siempre lo desarma y hace cantar a su corazón

Las manos que suelen acariciar su espalda con cariño. Y la voz que le susurra palabras al oído. Desde un "te amo", hasta un "¿cómo estás hoy?"; podían hacer sentir su pecho más ligero.

"Quédate..."

La figura que le extiende los brazos se desvanece con los primeros rayos de sol que se posan sobre sus ojos y lo obligan a levantarse.

"Otra vez...", piensa. Lleva varios años teniendo el mismo sueño, dos veces cada cinco meses. Los ha contado, y, a veces, suele anhelarlos cuando no los tiene. Pero no puede sentirse del todo culpable. Es adictiva la manera en la que el sueño, impregnado de calidez, se cuela en su cabeza.

Mientras duerme, conoce hasta lo más mínimo de esa persona, incluso su nombre. Pero al despertar, todo eso se le escapa de las manos como arena y se desvanece al igual que un espejismo.

Los pocos fragmentos del sueño yacen en su memoria como cristal empañado.

Mariano decide dejar de lado sus pensamientos y levantarse para ir a la orilla del mar. Con algo de suerte lograría pescar tres o cinco mojarras para vender.

Se pone las botas mientras bosteza, deseando quedarse más tiempo envuelto en la suavidad de las sabanas.

Sale de la habitación con cuidado de no levantar a sus hermanas. Pues, al tener un solo cuarto, los seis hijos de la señora Guzmán debían de dormir en el piso, sobre petates de palma, casi siempre poniendo sus brazos o piernas en la zona que no les pertenecía.

Se tenía que caminar de puntillas y con cuidado de no pisar a nadie. Después de veinticuatro años, Mariano se había vuelto un experto de ser tan silencioso como un ratón.

Salió de la casa, al patio dónde se encontraba un tanquecito de agua al lado del lavadero y saludó a Leticia, el burro de la família, que de hecho era hombre, pero sus hermanas habían escogido nombre y el burro manifestaba su desacuerdo constantemente resoplando, ofendido, cada vez que lo llamaban así.

Mariano tomó un poco de agua entre sus manos y se lavó la cara, como último recurso para poder despertar del todo. Estaba bastante fría y dio resultado.

Se secó el rostro con la camisa y se dispuso a traer su red de pescar, pero se detuvo al ver a sus tres hermanitas enfrente de él, ya levantadas y vestidas.

-¿Qué creen que hacen? -les preguntó.

-Queremos ir contigo a pescar -respondió Sofía, la mayor de las tres. Y la más lista.

-¿Acaso no tienen escuela hoy?

-Es día feriado, por supuesto que no hay escuela -ésta vez habló Carla, la de en medio y la audaz.

-Bueno... Yo no voy a desayunar hasta que regrese. Y es probable que regrese hasta las nueve... -trató de persuadirlas.

-No hay problema -dijo Sofí, sacando una canastilla-. Llevo bocadillos.

-Mamá se va a preocupar cuando no las vea...

-Ya dejé una carta -replicó ella, mirándolo fijamente-. Anda, hermano, di que sí. No te estorbaremos.

Desde que Sofía aprendió a hablar, Mariano nunca pudo ganarle en una discusión, y hoy no era la excepción. Terminó cediendo ante la petición que parecía más una orden a sus ojos.

La Mejor Melodía Eres Tú (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora