Hace mucho tiempo, compré una pequeña casa al lado de un río.
Era una casa blanca, de madera y con veinticinco retratos de diferentes genios de la ciencia y literatura colocados en todas las habitaciones de modo que había seis cuadros en tres habitaciones y cinco en la cuarta. En la habitación principal dormíamos mi mujer y yo, en la habitación contigua amueblamos la recámara de tal manera que el hijo que esperábamos tuviese dónde dormir y la tercera habitación la ocupábamos como una bodega improvisada. La cuarta habitación siempre se mantuvo cerrada.
Aparte de los veinticinco cuadros y la pintura blanca, la casa era como cualquier otra. Disponíamos de un pequeño refrigerador sin congelador, de modo que teníamos que usar una pequeña hielera para guardar carnes frías y botellas de cerveza. También teníamos una mesa simple, de madera, a modo de comedor, un estante donde mi mujer guardaba vajillas y recuerdos de sus viajes de la juventud, un sofá, rojo, enorme y un perchero donde ponía mis sombreros. En la parte de arriba, cada habitación contaba con una cama individual -a excepción del cuarto dispuesto para el bebé-y un armario.
Por falta de dinero, mi mujer y yo no habíamos comprado una cama de tamaño matrimonial y cada quién dormía en una de tamaño individual. Así vivimos un año y medio.
Las paredes de la planta baja de la casa estaban tapizadas por corcholatas de cerveza. Las coleccionaba. Me faltaban tres paredes y media por llenar para que toda la planta baja estuviese totalmente tapizada de ellas. Eran corcholatas de todas las cervezas que había consumido durante gran parte de la universidad, mi vida de soltero y principios de mi noviazgo. Después de ello estuve hospitalizado un año y no pude tomar alcohol durante aquel periodo. Tiene seis meses que me recuperé de la enfermedad.
En la casa sonaba You And I de John Legend.
Mi mujercocinaba la comida mientras yo pegaba una corcholata de una Heineken que había abierto hacía unas dos horas.
-¿Pollo? -preguntó mi mujer desde la cocina mientras picaba los granos de elote.
-Pollo -respondí desde la sala.
Los domingos siempre comíamos pollo. Mi mujer lo sabía y yo también, mas seguía preguntándome lo mismo todos los domingos como si no supiese cuál sería mi respuesta.
Depositó los platos sobre la mesa cuando acabé de pegar la corcholata. Junto al filete de pollo habían granos de elote con limón, sal y puré de papa a un lado. Siempre eran granos de elote con limón, sal y puré de papa.
-¿Heineken? -preguntó mi mujer cuando tomó asiento.
-Sí, ya tenía tiempo que no pegaba una Heineken, ¿verdad?
Ella asintió mientras masticaba los granos de elote, sonriendo.
-Después quiero conseguir una Dos Equis -comenté.
-También tiene tiempo que no pegas una Dos Equis -dijo mientras
revolvía los granos de elote con el puré de papa. Siempre revolvía el elote con
la papa.
Sonreí, asintiendo.
Ahora sonaba Happy de Pharrell Williams.
Mi mujer empezó a aplaudir y chasquear los dedos mientras cantaba la canción. De verdad que le gustaba. Se paró de la mesa para ir a quitar las tortillas del comal y regresó bailando con unas tres tortillas en la mano. Me dio un beso suave en la frente y depositó una tortilla en mi plato. Yo sonreía.
-¿Cómo va el amigo? -así llamábamos a nuestro hijo.
-Vivito y coleando -respondió, sonriente, mi mujer-. No para de dar patadas.
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Bajo mi techo
Mystery / ThrillerHace mucho tiempo compré una casa que estaba al lado de un río. En la sala tengo una colección de corcholatas, todos los cuartos tienen cuadros de personajes importantes y en el sótano tengo un pequeño escritorio donde escribo historias de amor. Un...