Hermoso poema.

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Érase una vez...

Cuando los hombres aún viajaban con caballos al frente, y para comunicarse a la distancia no había más que solo papel y pluma o si de bajos recursos eras, debías al menos portar con lo suficiente para contratar a alguien que escribiera por ti en esas pesadas máquinas de escribir.

Cuando lo hombres enamoraban a las doncellas con rosas, y cuando la cita más romántica era una caminata a la luz de la luna.

Corriendo bajo la lluvia en dirección a la biblioteca de la ciudad, se avistaba un hombre de no más de 27 años, peliverde y de altura media, tratando de cubrirse solo con su abrigo y su bolso.

Todas las tardes saliendo de la oficina de correos, se dirigía a la biblioteca a leer un buen libro.

Le gustaba olvidarse un poco del mundo real, y perderse entre mundos fantásticos de súper héroes, tragedias entre amantes, misterio de las calles, y terror en mansiones.

Cualquier libro que tomara le daba un pase directo al infinito de su imaginación, eso le emocionaba, disfrutaba con demasía el poder leer decenas y decenas de páginas de cualquier cosa que pudiera inventar.

No faltaba ni un solo día a esas citas con lo desconocido, parecía tener una relación duradera con ello.

Esta vez la lluvia le tomó desarmado, sin embargo, tampoco fue impedimento para llegar al lado de su gran amor.

La literatura.

¡Oh, Midoriya! Creí que no te vería el día de hoy debido a la repentina lluvia. —Le saludaba su amiga, la bella y joven bibliotecaria, mientras le tomaba su abrigo.

Sabes que nada me detiene de hacer lo que amo, Yaoyorozu. —Le respondió con una dulce sonrisa.

Tienes razón. —afirmó. —Solo faltaste aquella vez cuando por haber estado aquí hasta muy noche, no preparaste tu almuerzo para el siguiente día, y te tocó comprar comida en un puesto de la calle. —rió por lo bajo. —No pusiste un pie por aquí en dos semanas debido al daño en tu estómago.

—¡Fue hace ocho años! —Se cubrió el rostro avergonzado. —¿Aún lo recuerdas?

—¡Ay Izuku! ¿Cómo no hacerlo? Fue en mi segundo mes aquí. —volvió a reír. —Y cuando regresaste, me pediste perdón a mi y yo ni te conocía. —Cada vez que lo recordaba, no podía evitar el viajar a ese momento en dónde creyó que ese chico estaba ebrio, loco o algo por el estilo para llegar así de la nada. Por eso ahora se le es imposible contenerse a reír.

Él rodó los ojos y suspiró, no era como si hubiera olvidado ese evento. Moría de vergüenza cada que sin pedirlo, el recuerdo de ese día golpeaba en su mente.

Y así, decidió mejor comenzar a dar pasos e ir a buscar su puente al infinito de lo desconocido de hoy.

Decenas de estantes le rodeaban y miles de libros acomodados en cada uno de ellos le invitaban a tomarlos, pero solo debía decidirse por uno.

Comenzó a mirar más atentamente cada uno de ellos intentando decidirse, veía los de un lado, los de otro, los de los estantes de arriba y los de abajo.

De repente, su vista se alzó y divisó uno de cubierta roja con bordes dorados, la palabra “Dragón” fue lo único que pudo alcanzar a leer, pero fue suficiente para lograr decidirse por tal libro.

Alzó su brazo para tomarlo, pero no lo alcanzó.

Se puso de puntitas y se estiró más, aún así, no lo alcanzó.

Entre páginas |Bakudeku|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora