08. La pintura de Aster

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Información cortesía del diario de Aster:

Aster ama pintar, siempre ha sido así. Desde que era pequeña y rayaba las paredes de su habitación con marcadores.

Cuando sus profesores se quejaban de ella en preescolar. Cuando se metía en problemas en la escuela. Cuando le costaba hacer amigos.

La solución siempre fue la pintura.

Tenía esa cosa a la que los profesionales llamaban "hiperconcentración", un síntoma completamente opuesto al de su enfermedad, pero aún así parte de ella.

Incluso a pesar de los tratamientos de conducta, los fármacos y todas las personas que tuvieron que formar parte de eso, eso siempre permaneció.

Hiperconcentración. Algunos incluso dicen que es una especie de habilidad especial, otros que es una especie de maldición.

No era lo mismo que lo de nuestro Señor Escritor. Él simplemente se centraba, él era capaz de tomarse uno que otro descanso o de distraerse de vez en cuando para mirar algo.

Pero Aster... Aster desaparecía cuando pintaba.

Basil se lo había dicho, la primera vez que hablaron, sin saber que realmente era cierto lo que decía.

Y precisamente fue esto, la hiperconcentración, lo que arrastró a Aster a otra línea de problemas.

Al quinto día, cuando se hartó de escuchar el teléfono sonar y finalmente decidió contestar, fue cuando se dio cuenta del tiempo que había pasado. Una amiga llamó a su madre que a su vez llamó a su psiquiatra que a su vez tuvo que excusarla en el trabajo y la universidad.

Su madre estaba muy molesta, por supuesto. A su padre no se le pasó la oportunidad de echarle en cara que ella había asegurado de que era capaz de vivir sola, que no descuidaría sus responsabilidades.

Pero claro, para una persona cuya capacidad de concentrarse es completamente volátil, el orden de sus prioridades no estaba realmente claro.

Mandó a la mierda todos sus horarios, desactivó todas sus alarmas, cubrió todas sus notas con dibujos.

Porque había encontrado una nueva musa, un nuevo método de tortura, un nuevo reto, una nueva obsesión.

Todo gracias a nuestro querido Señor Escritor.

El cual, por cierto, sigue por ahí, sintiendo los días eternos mientras a Aster se le pasan en un par de pinceladas.

Luego de haber hablado de manera constante con Aster por casi un mes, se sintió como una piedra en el estómago el haber llegado y no haberla encontrado en su lugar de siempre, ni haberla visto llegar a la hora de siempre.

Y no fue hasta entonces que Basil lo notó. Notó que desde que hablaba con Aster de manera habitual se le hacía más fácil hacer las cosas, como si estuviese más motivado de algún modo.

Fueron pocos los días en los que se levantó de madrugada. Fueron pocas las noches en las que sintió la necesidad de hacerse bolita y llorar, escribió casi que un capítulo diario e incluso tuvo el ánimo de soportar a Karla entre semana.

El primer día sin la charla sobre arte en las bancas del parque trató de convencerse de que quizás había tenido un compromiso y que no había podido ir. O que quizás ese día simplemente no había querido, como esa vez en la que no quizo hablar.

El cuarto día trató de convencerse de que no le importaba en lo absoluto si iba o si no, se repitió mil veces que le daba igual que Aster estuviera o que faltara, porque no era su amiga y no es como si tuviese el derecho de exigir su presencia.

Hablar de Arte en las Bancas del ParqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora