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Volteé hacia donde estaba el pizarrón, ahí parado, había un chico algo alto, de cabellos negros obsidiana con un corte al estilo hongo y unos lentes redondos, no tenía ninguna expresión, solo suspiré y fui hasta donde estaba el chico.
—Lo siento mucho, no era mi intención quedarme dormida cuando te estabas presentando, ¿Me podrías repetir cuál era tu nombre? —
El chico algo apenado y esforzándose mucho para hablar me dijo:
—Kazuo Fujita —.
Lo dijo en un tono raro que me resultaba bastante familiar, antes de poder seguir hablando, el timbre sonó. Ya era hora de irse a casa, todo el mundo empezó a guardar sus cosas y cuando me volteó hacia el chico, este ya se había largado.
Bueno, no es como si quisiera hablarle después de la vergüenza que me hizo pasar, en fin tomé mis cosas y me fui de la escuela al mercadito que está como a una cuadra de ella, ese se podría decir que es mi lugar seguro, siempre voy allí donde espero a mi madre para que me recoja, pero en lo que llega, siempre me gusta dar una vuelta por el lugar, al menos para mí, me da un ambiente bastante nostálgico, antes que entrará a la prepa, recuerdo que cuando era pequeña veníamos a este mercado a almorzar cada fin de semana, ya sea una quesadilla o un menudo, que buenos tiempos eran esos, más cuando salíamos, siempre nos deteníamos en un puestito de un señor que vendía cacahuates japoneses hechos a mano, hasta la fecha, siguen siendo una de mis frituras favoritas. Pero solo me gustan cuando el señor los hace, diferencia de los que venden en tiendas, este siempre tiene ese toqué artesanal que me encanta.
Bueno siempre aprovecho que doy la vuelta tanto para ver que hay, para cuando voy saliendo, le compró al señor y lo saludó, a veces cuando estoy libre, también me toca ayudarle en el puestito. Pero quién diría que esa vez fue diferente, iba llegando como de costumbre, y cuando estaba por pasar por el puesto del señor, encontré al chico nuevo, con un español algo malo dijo:
—¿Vender cacahuates mexicanos?—

La expresión del anciano era indescriptible al ver cómo el chico hablaba, masacrando el español, luego dirigió su mirada hacía mí para saludarme.

— ¡Hola Mari!—

— Hola Don Mario—.

— Oye esté joven, ¿No va a la misma escuela qué tú? Por qué llevan el mismo uniforme—

— Sí, de hecho lo acaban de asignar a mi grupo—.

— Se ve que no es de por aquí, ¿De dónde es? —

Amor de CacahuateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora