Tras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...
Los pájaros cantaban en cada ventana del Palacio… menos en una. En la ventana de la Kadin, los pájaros lloraban.
—Tres días… No sale hace tres días, Gülsah. Me volveré loca —murmuró Mahidevran, con el rostro descompuesto, los ojos apagados y el orgullo herido.
—Sultana, por favor, cálmese. Debe mantener su estatus… es la esposa del Sultán —intentaba apaciguarla su leal Gülsah—. Si la escuchara la madre de Su Majestad, diría que...
—"Son las normas del harén" —dijo Mahidevran con desgano, imitando con amargura la voz autoritaria de su suegra.
—Esto no debe afectarla, Sultana. Es solo una gozde… de una noche —agregó Gülsah con una reverencia, y se retiró al escuchar el leve crujido de la puerta.
—Mahidevran —dijo una voz suave, firme.
—Sultana Hatice —respondió Mahidevran haciendo una reverencia forzada.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, Su Majestad. Solo… no he podido dormir bien.
—Veo que hay algo que te quita el sueño. Cuéntame, ¿qué es?
—No se preocupe, Sultana. Estoy bien… solo son pesadillas. No me preocupa nada.
—Las pesadillas pelirrojas suelen ser las más aterradoras —comentó Hatice con ironía mientras se acomodaba en los cojines dorados del pequeño salón de Mahidevran, decorado con elegancia, aunque más humilde que sus propios aposentos. Sin duda, Mahidevran aspiraba a ser madre del futuro sultán.
—¿Qué ganas con esto, Hatice? —espetó Mahidevran, furiosa. La presencia de la odalisca en los aposentos del Sultán por tres días era suficiente para inquietarla, y ahora Hatice parecía haberse puesto de su lado.
—No importa a qué palacio vayas, seguiré siendo Sultana Hatice para ti, Mahidevran.
—Pensé que me apreciabas… a mí y a mi príncipe, Sultana.
—Aprecio y amo al príncipe. Es mi sangre. Pero no es tuyo, Mahidevran. Es de la dinastía otomana. Es hijo del Sultán.
—¡Y SERÁ SU SUCESOR! —gritó Mahidevran, perdiendo la compostura. Justo lo que Hatice buscaba.
—Debería ordenar que te corten la lengua… pero eres la madre del único heredero, por ahora. No olvides nunca que Su Majestad puede tener más hijos, Mahidevran…
—Su Majestad ama a Mustafa.
—Sí, pero ama aún más su trono. Quizás… un sultán pelirrojo sea lo mejor para el futuro del imperio.
Hatice salió con una sonrisa altiva, victoriosa. No le agradaba tener que sabotear a la gozde, pero alguien debía mantener a raya a Mahidevran. En su interior, sabía que el harén era un juego sucio. Un ciclo eterno: un sultán, una hatun, un hijo. Luego otra mujer, otro hijo, y así nacían los príncipes, destinados a separarse, a enfrentarse por el trono. Era un juego de amor, odio y poder.
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