EL AMOR TAMBIÉN PUEDE SER GRIS

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Esta reflexión iba al principio del capítulo 58, después de que Logan y Enzo volviesen a hacer el amor. Luego, Enzo se despertaba en la cama de Logan y él le echaba de su casa. Decidimos quitarla para que el ritmo de la novela fuese más rápido. Espero que lo disfrutes.

El amor también puede ser gris

Logan se fue enamorando de mí sin darse cuenta de que yo no lo estaba haciendo. No predijo todo lo malo que se avecinaba, lo peligroso que es quedar primero en la carrera del amor, de escribir el nombre de otra persona en tu corazón cuando el otro solo ha marcado la primera letra del tuyo. No se dio cuenta de que a veces yo no era feliz y que me aburría haciendo unos planes que se suponía que con la persona correcta nunca iban a ser aburridos; y otras veces era justo al revés, me sorprendía divirtiéndome con la misma persona sin que hiciera falta hacer nada extraordinario. Sé que es difícil de entender eso de que lo que un día te llena y te hace feliz al siguiente te pueda hacer sentir vacío y triste, que no sea suficiente, que necesites más. Es difícil, porque desde pequeños nos han enseñado que el amor es un sentimiento fuerte e intenso, que cuando te gusta alguien en tu estómago despiertan mil mariposas que baten sus delicadas alas y vuelan en círculos; que sabes que estás enamorado porque, joder, es que cuando lo estás lo sabes, y si no lo sabes, si tienes dudas, es que no lo estás. O te gusta o no te gusta. O es blanco o es negro. Y no.

El amor no tiene porqué ser blanco o negro.

El amor también puede ser gris.

Mi amor por Logan era gris.

En ocasiones un gris más clarito, cuando tenía un buen día y me sentía feliz con él, a veces incluso podía confundirse con el blanco, cuando Logan hacía algo supermono —podía ser un gesto, un comentario, o cualquier chorrada de las que nos hacían ilusión a nosotros— y me entraban ganas de comérmelo a besos. Otras era un gris más oscuro, cuando estaba en uno de esos días en los que me agobiaba y sentía que no era justo tener tantas dudas con mi relación, y casi se confundía con el negro, cuando me planteaba si no era mejor dejarlo, que no podía seguir así, que nos estaba haciendo perder el tiempo, que iba a terminar volviéndome loco y que estaba siendo un poco egoísta por no querer soltar a Logan cuando él podría estar conociendo a un chico que le quisiera de la misma forma que él me quería a mí.

Creo que el amor es algo así como una pista de atletismo. En la pista hay dos competidores (lo ideal es que no compitan entre ellos, sino que formen parte de un equipo, que lleguen a la vez, o que no lo hagan a la vez pero que al final ambos alcancen la meta), echan a correr y uno consigue llegar antes al corazón del otro. El problema viene cuando el que se queda rezagado tira la toalla y se rinde, o bueno, tampoco lo llamaría rendirse, simplemente decide que es mejor dejar de correr y coger aire, observar el paisaje y preguntarse si merece la pena tanto esfuerzo, el correr y correr sin saber dónde esta la meta que hay que alcanzar para sentir que lo estás haciendo bien. A nosotros nos pasó algo así. Logan no se dio cuenta de que me estaba quedando sin fuerzas, que llevaba meses buscando el puñetero botón invisible para pulsarlo y enamorarme de él, porque en serio, yo quería enamorarme de él, quería amarlo como él me amaba a mí, sin dudas, sin tener la sensación de que me faltaba algo para ser feliz, pero no había forma de sacar a Ibai de mi cabeza y cederle su sitio.

Logan no se dio cuenta de que a veces lo besaba con menos ganas, que mi mirada no siempre tenía luz, y que no todas mis sonrisas eran de verdad. No se dio cuenta de que, alguna vez, cuando los dos andábamos por la calle, yo pensaba en Ibai y sentía un tirón en el estómago, como un flechazo, que no sentía desde hacía varios días por Logan; y que ese tirón me dejaba un nudo en el estómago que me daba miedo deshacer por las emociones que me pudiera encontrar al soltar la cuerda. Entonces me imaginaba cómo sería mi vida teniendo a Ibai como compañero de viaje, haciendo las cosas que hacía con Logan, los mismos planes. Aquella comparación me parecía algo sucio y feo. Luego me giraba para mirar a Logan, él me sonreía con los ojos —brillantes e inocentes— y me preguntaba adónde me apetecía ir, y yo inmediatamente pensaba en la pista de atletismo y me sentía el peor novio del mundo, porque seguía sin darse cuenta de nada.

No se dio cuenta de que lo nuestro no era un cuento perfecto porque, a pesar de que los dos estuviésemos enamorados, solo uno estaba enamorado del otro. Era un amor unilateral. No se dio cuenta de que no sentíamos lo mismo, que yo le quería mucho, pero que ese mucho no llegaba a ser suficiente, y que por eso siempre llegaba a la misma conclusión: en realidad no era nuestro momento y tenía que ponerle fin. No se dio cuenta de que cada vez teníamos menos sexo, ni de que a veces me masturbaba a escondidas, echándole el pestillo al baño, a pesar de que lo tenía a él esperándome en mi habitación, sentado en el borde de la cama, a cinco metros.

No se dio cuenta..., hasta que se dio cuenta.

Porque Logan no era tonto. Estaba un poco cegado por la venda del amor, pero —y en esto debo insistir—, no era tonto. Por eso empezamos a discutir al final de nuestra relación, un par de meses antes de la ruptura. Por eso sacó el tema cuando fuimos, por ejemplo, al parque Warner y nos encerramos en el baño de minusválidos con la intención de echar un polvo rápido. Logan empezó a ver el color gris donde antes solo veía blanco. Se dio cuenta de que lo nuestro no era tan perfecto, que había grietas y descosidos, y que era importante seguir mimando aquello que teníamos si queríamos que durase para siempre. Aún así, Logan intentaba no darle más bola al asunto, convencido de que los problemas eran un elemento común y normal de cualquier relación amorosa.

Él confiaba en que juntos podríamos con todo. Pero ese todo no incluía una ruptura.

Cuando terminé de escribir Como si hubiese llegado tarde a mi propia historia de amor, lo sentí. Sentí que algo se despertaba en mi interior, como una planta que había estado regando durante meses y que por fin se hacía grande: ahora su tallo crecía mágicamente y de él brotaban ramas, hojas, flores y frutos.

Sentí esa fuerza.

Se me escapó un te quiero ahogado que nadie más escuchó, porque me encontraba solo en casa, sentado frente a la mesa del escritorio donde acababa de poner la palabra FIN a una historia que en lugar de morir parecía volver a nacer en mi pecho, y lo hacía con una fuerza arrolladora. Pensé que era el karma, porque en ese momento me di cuenta de todo: descubrí que el amor que sentía por Logan ya no era gris, sino de un tono mucho más clarito, casi blanco.

Detrás de lo que cuentan de nosotros - ESCENAS EXTRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora