En vísperas del horror

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Los humanos somos seres ingenuos por naturaleza. Podemos ser grandes eruditos, perspicaces negociantes, fuertes guerreros o respetados líderes, pero todos compartimos un defecto en nuestras almas: la fe ciega. La fe es la base de nuestro Imperio, la esencia de nuestra cultura y la fuente de nuestro verdadero poder. El Sacro Imperio de la Luz es conocido como el bastión de la humanidad en Terranía, nuestro preciado continente y por lo tanto, la fe representa el regalo legítimo que nos ha otorgado el Espíritu de la Luz a nosotros, los débiles humanos. Sin embargo, la fe ciega es peligrosa, ya que puede precipitar la caída de todo un reino a raíz de la causa más inverosímil. Al depositar vuestra fe en un poder superior y confiar en que ningún mal puede ocurrirles solo por gozar de la prosperidad que este les ofrece, simplemente estáis alimentando un orgullo ingenuo. Ese orgullo es lo que te impedirá ver las señales que avisan de la proximidad de una tragedia y solo abrirás los ojos cuando te encuentres entre las fauces de la bestia. Así sucedió con nuestro amado soberano, Reinhard Grayborn, que a pesar de ser un hombre justo y fiel seguidor de la Luz, la próspera y utópica atmosfera de la capital nubló su visión de la gran amenaza que se acercaba por la frontera, alzándose desde más allá del olvido. La Legión de los no muertos, causa principal de la caída de los Tres Reinos y el fin de la 2da Guerra Continental, ha conseguido librarse de su prisión subterránea en el Reino Sombrío y ha ascendido de vuelta al mundo de la superficie. Pero ahora sus engendros son más terroríficos que en los tiempos pasados, pues han reclutado esbirros vivos, capaces de mezclarse entre los nuestros y atacar desde las sombras o volver a nuestros hermanos en nuestra contra. Ciegos fueron los ojos del emperador hasta el momento de su muerte a manos del propio señor de los muertos, tras infiltrarse entre los invitados de la ceremonia de cumpleaños 17 de la joven princesa Lucille. Irónico es pensar que aquel nigromante que comanda a la propia muerte y amenaza a la humanidad, sea, de hecho, un ser humano vivo. Dándose a conocer como el Mesías Caído, ha iniciado una campaña de terror contra nuestro pueblo, por razones que no puedo siquiera atreverme a imaginar. La muerte del noble emperador ha asestado una herida grave al corazón de nuestra nación y ahora más que nunca debemos depender de nuestra fe para ayudarnos a superar los horrores que se ciernen sobre nosotros, evitando caer en la ceguera del orgullo, la inseguridad del miedo y el caos de la ira. La Luz está con nosotros y nos dará la fuerza para soportar la oscuridad y la muerte, prevaleciendo al final. Mientras escribo esto, me dirijo junto a un destacamento del ejército imperial hacia las tierras del ducado de Glowmoon, lugar donde buscamos frenar el avance de una vanguardia del ejército no muerto antes de que consigan adentrarse más en estas tierras bendecidas por la Luz. Nadie sabe qué nos depara en ese campo de batalla o que tan poderoso es en realidad nuestro enemigo, pero hay algo que si sabemos todos, desde el más humilde recluta hasta el más poderoso de nuestros ángeles, y es que lucharemos hasta que el último de nosotros deje de respirar y su alma sea reclamada por el espíritu de la Luz. La hora de la verdad se acerca y siento que no debería terminar este mensaje sin antes reafirmar que incluso si ocurriera lo peor y nuestra carne terminara siendo mancillada por el toque corruptor de los nigromantes, nuestros espíritus retornaran como ángeles siervos de la Luz para seguir luchando contra el mal que amenaza nuestro imperio, nuestras vidas y nuestra fe. ¡Que la bendición de la Luz ilumine nuestro camino, pues la oscuridad nos pondrá a prueba y solo su guía nos llevara hacia nuestra salvación!

Sacerdotisa principal Margaret Flamire,

Obispo de la Iglesia de la Luz

Temblaban un poco sus manos al terminar de escribir estas palabras, aunque es difícil decir si por los nervios o por la emoción de plasmar sus pasiones religiosas en papel. La sacerdotisa Margaret Flamire era una mujer joven y de gran belleza, al igual que todas las chicas que se consagran al camino de la Luz, como si esta borrara cualquier imperfección en sus cuerpos y almas. En ese momento se encontraba dentro de su carruaje, el cual recién acababa de alcanzar a la retaguardia del destacamento imperial con destino a los montañosos valles de Glowmoon, donde se estimaba tendría lugar el enfrentamiento. Recaía sobre ella la importante misión de asistir al comandante de las tropas imperiales, asesorándolo sobre el despliegue de las tropas de apoyo espiritual de los clérigos y coordinando tácticas conjuntas, de forma que puedan dividirse las responsabilidades al supervisar el campo de batalla. No era la primera vez que desempeñaba este rol, pero si su primera experiencia en un combate real, donde estaban en juego la vida de miles de personas y el honor del imperio. Se preguntaba si no hubiera sido mejor enviar en su lugar a un alto inquisidor, dado que están mejor entrenados para afrontar este tipo de escenarios que un sacerdote. Pensaba en esto mientras archivaba las notas que acababa de escribir, las cuales formaban parte de su diario de reflexiones y tenía pensado enviarlas junto a otros informes a la sede de la santa iglesia, ya que le parecían dignas de leerse durante una misa. Algunos podrían pensar que esto solo estaba motivado por su fanatismo religioso, pero la verdad es que también era una forma de lucirse ante su hermana menor, quien era una devota sanadora en la capital y le encantaban las misas de su hermana mayor. Una sonrisa agridulce se dibujó en su rostro al recordar a su querida hermanita, pero solo duró hasta sentir al carruaje detenerse y escuchar la orden de comenzar los preparativos para la inminente batalla. Habían llegado al lugar donde enfrentarían al enemigo.

Memorias de Terranía: Noble sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora