CapÍtulo 1: Evasión

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El monstruo

AÑO 319 DESPUÉS DE LA GUERRA DE ÓNIX


Los gratificantes sonidos de una espada abriéndose paso por la carne y el hueso reverberaron en el aire.

Sentí el hierro antes de que la sangre se precipitara por mis labios en un gorgojeo. El dolor fue inmediato y agonizante, con la intensidad suficiente para hacer temblar mis extremidades.

Conteniendo un jadeo, tomé una bocanada de aire oxidado y bajé la mirada.

En cuanto mi pecho se infló, la hoja se hundió más.

Jodida mierda.

Miré al culpable de mi empalamiento. Sus verdes ojos lucían satisfechos, pero no más que temerosos.

El olor de su miedo me resultaba repulsivo.

Respondió a mi mirada altiva empujando la espada.

Mis manos ardieron. Su hoja se deslizó y cortó la piel de mis palmas. Estas, que sostenían la espada por su hierro, resistieron su empuje y la mantuvieron donde estaba, evitando que me atravesara —las putas costillas— por completo.

Gruñí y reforcé mi agarre en la espada. Mis puños se cerraron, abrazando el dolor y el hierro, este último se derritió entre mis dedos, convertido en un líquido humeante.

El feérico soltó la empuñadura de su espada y se abalanzó sobre mí con una desesperación desmedida.

Mi espalda golpeó con fuerza el cristal bajo el peso de su cuerpo, y me mantuvo allí con el fuerte agarre de sus dos manos sobre mi cuello. El aire me fue arrebatado en menos de lo que me desangraba.

Lágrimas involuntarias escocieron mis ojos, pero no me sacudí ni luché a arañazos como, desde la profundidad, mis instintos me rogaban. Mientras el feérico se volvía ciego en el disfrute del poder que le ofrecía tenerme a su merced, mis dedos encontraron el pedazo de la espada que todavía yacía sólido, enterrado en mis costillas.

Introduje mis dedos en la herida abierta.

Mi cuerpo dio un espasmo agónico, dando alerta a mi atacante, que no fue lo suficientemente rápido, para cuando centró su atención en el espacio entre nuestros cuerpos, el pedazo de hierro, manchado con mi sangre, ya se estaba hundiendo en su ojo.

Su estabilidad vaciló en el grito moribundo que lanzó al aire. Mis manos se encontraron con su cuello, y con un movimiento fluido y practicado, torcí su cabeza hasta escuchar el crac de las vértebras darle fin a su vida.

Su cuerpo cayó sobre la alfombra.

Tragué la sangre que se acumulaba en mi boca y tomé aire. Me llevé una mano a las costillas y sentí la profunda humedad en la tela rasgada. Me tambaleé hasta encontrar apoyo en una pared.

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⏰ Última actualización: 6 hours ago ⏰

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Crueldad fragmentada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora