2- Conexiones Inesperadas

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Entré silenciosamente en mi habitación y lancé la mochila a una esquina. Me senté en la cama, mirando hacia la puerta. Estaba subiendo las escaleras; segundos después, sentí leves golpes en la puerta.

—¿Helen? ¿Llegaste temprano?— dijo papá del otro lado de la puerta.

—Sí, llegué hace un rato… Me sentía mal.— Me levanté de la cama y fui a abrir.

—¿Estás bien? ¿Tomaste tus medicamentos?—

—Como todas las mañanas. También me tomé algo para el dolor de cabeza.—

—Está bien.— Se dio la vuelta para volver al piso de abajo.

—¿Puedo ir a casa de Oliveira? Tenemos un trabajo de historia que quedamos en hacer, pero me fui temprano.— Se detuvo y me miró unos segundos.

—Puedes, pero antes de anochecer, te quiero aquí.— Sentenció y se fue.

Cerré la puerta y me cambié por algo más cómodo. Metí mi diario en la mochila y salí de mi habitación hasta la cocina para agarrar una manzana y salir hacia la casa de Oliveira.

Llegué en 15 minutos; no era tan lejos. Toqué a la puerta, y un minuto después, estaba su madre frente a mí con una sonrisa.

—Helen, pasa, querida, pasa.— Se apartó de la puerta dándome paso para entrar.

—Buenas tardes, señora Souza.— Entré a la casa, y ella cerró la puerta detrás de nosotras.

—Oli está arriba en su habitación; puedes subir.—

Le di una leve sonrisa y asentí con la cabeza. Subí las escaleras y llegué a la segunda puerta a la derecha; toqué un par de veces. Enseguida escuché su voz al otro lado dándome permiso para entrar.

Abrí la puerta, entré y cerré esta detrás de mí. Oliveira estaba sentada en su cama con varios cuadernos regados y su laptop encendida. Alzó la vista y sonrió al verme, pero al instante borró su sonrisa y saltó por encima de la cama hasta quedar frente a mí.

—¿Estás bien? ¿Por qué te fuiste de la escuela? ¿Pasó algo?— me empezó a bombardear con preguntas, desesperada y preocupada.

—Estoy bien. Y sí, pasó algo…— Traté de sonar calmada para que ella también se tranquilizara.

—¡Pues cuenta ya, mujer!— se sentó en la cama mirándome fijamente con el ceño fruncido.

—Bien… Pero espera a que termine de contarte, y luego hablas.— Me senté frente a ella y solté todo el aire de mis pulmones.

Le conté todo lo que pasó, la —visión— extraña que tuve en la clase de historia, el sentimiento tan raro que sentí. Como todo no fue un sueño; estaba consciente, estaba despierta. Ella escuchaba atentamente. Por supuesto, quiso decir algo antes de que terminara, pero la interrumpí. Después le conté que fue por eso que me fui de la escuela y la conversación de mi padre con alguien que escuché al llegar.

—…Y estoy segura que hablaban sobre mí. Escuché mi nombre antes de que colgaran…— concluí.

Me quedé mirándola, esperando una reacción, una palabra, que saltara con sus teorías. Pero, sin embargo, estaba mirando fijamente a la pared con el ceño un poco fruncido y expresión pensativa.

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