Romance

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Prompt 2: Romance

     ―Debería de ser aquí ―le comentó a Sherlock en tanto revisaba el papel en que tenía escrita la dirección. Se había situado enfrente de una casa cuya fachada de ladrillo rojo lucía bien iluminada por un par de lamparillas de gas. Los ventanales, sin embargo, estaban cubiertos por pesadas cortinas que impedían el paso de la luz desde el interior―. ¿Qué pasa, Sherly? ¿Todavía tienes dudas sobre este trabajo?

     Al volverse hacia él, el antiguo detective lanzó el cigarro al suelo y negó con una mueca.

     ―No sé qué tan bueno será que te mezcles con esa gente, apenas ha sido un año ―dijo, elevando la vista hacia el inmueble―. Pero da igual; si pasa algo la responsabilidad será de la agencia y de Billy.

     ―¿No eras tú el que decía que mientras trabajáramos juntos nada podría salir mal? ―Le guiñó un ojo y se prendó de su brazo. Normalmente era cuidadoso con las muestras de afecto y coquetería en la calle, pero dado que no se avistaba ni un alma, no le importaba incentivarlo un poco. ―Yo también lo creo, así que escojamos un disfraz y vayamos a casa a prepararnos.

     ―Oye, si tanto quieres tentarme, entonces tendrás que ir más lejos ―replicó, curvando la boca.

     ―Vaya, ¿tienes alguna propuesta?

     ―Déjame elegir tu disfraz ―le pidió después de pensárselo por un par de segundos―. A cambio, puedes elegir el mío.

     La sombra de intranquilidad había desaparecido de sus ojos azules y ahora los encendía un destello provocador. William se inclinó entonces como si fuera a besarlo. Sherlock podría ser un atrevido, pero solía recular cuando respondía a sus insinuaciones más descaradas. Era un rasgo suyo que le parecía adorable.

     Así pues, en cuanto su semblante se tiñó de sorpresa por lo repentino del gesto, William dio un paso atrás y le soltó.

     ―Suena divertido, ¿por qué no? ―dijo al tiempo que subía el par de escalones que les separaban de la puerta―. Aunque no debemos destacar demasiado.

     A sus espaldas, Sherlock rio.

     ―Confía en mí, Liam. Tengo mejor gusto de lo que crees.

     Dentro de la casa, la modista, una mujer bien arreglada cuya edad rondaría los treinta años, les condujo escaleras arriba en cuanto le dijeron que venían de parte de Henry Antrim. Vislumbraron en el camino unos cuantos trajes a medio confeccionar, en una habitación abierta del primer piso; pero aparte de eso, ningún otro detalle delataba que aquel lugar era un taller y una tienda de ropa.

     ―¿Dicen que prefieren escogerlos por ustedes mismos? Los trajes de caballero están en este cuarto ―les señaló, al tiempo que abría la segunda puerta del pasillo―. Pueden tomar lo que deseen, llámenme si necesitan orientación.

     Dicho esto, se dio media vuelta y regresó al piso de abajo sin dedicarles más atención.

     ―Pues bien, veamos qué es lo que hay ―comentó Sherlock al dar el primer paso. La habitación era más espaciosa de lo que parecía desde afuera; varios estantes se alineaban en la parte posterior, mientras que en el centro había un biombo de madera junto a un par de sillas.

     Mientras él comenzaba a explorarlo todo con ojo crítico, William se deslizó hacia la primera estantería. Para obtener pruebas en contra del principal sospechoso en una investigación que llevaba la agencia de Billy, iban a infiltrarse en un baile de disfraces al que solo asistirían miembros de la clase alta de Nueva York. En vista de que estarían provistos de disfraces y nombres falsos, no era probable que alguien llegara a reconocerlos; sin embargo, su novio seguía sin estar muy convencido de que hubiese aceptado participar.

Miel con limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora