2 de 4. Proximidad forzada

1.6K 338 1.1K
                                    

Petrificada por la sorpresa, Tania guardó silencio al ver que Delfina entraba en el salón en puntas de pie.

Delfina no pareció notar su presencia; cerró la puerta tras de sí, con sumo cuidado, y se sentó en un banco del rincón opuesto del salón, donde comenzó a revisar su teléfono. Poco después le sonreía a la pantalla como si esta fuera la ventana que daba a un balcón y ella una Julieta que acababa de ver a su Romeo asomarse entre las cortinas de seda.

Las mejillas de Tania se encendieron de calor. Había algo en la forma en que Delfina sonreía, mordiendo su labio inferior mientras leía el mensaje que parecía haber recibido, que hacía que Tania sintiera que estaba presenciando un momento íntimo. Hasta entonces la creía soltera, pero ahora se daba cuenta de que era posible que ese no fuera el caso.

La mirada de Tania fue hacia la barrera de bancos rotos que se levantaba entre las dos, un muro de madera y fierros que la protegía de momento, y pensó en qué hacer a continuación. Podía guardar silencio hasta que Delfina se retirara o cobrar valor y dar la cara allí mismo, y las dos opciones le revolvían el estómago.

¿Qué tal si se cubría la cabeza con la capucha de su abrigo y fingía dormir? Claro que esa era la alternativa cobarde, pero si tenía suerte, pasaría desapercibida por completo. Por otra parte, si Delfina notaba que había estado allí desde el principio, despierta y sin decir nada, sería peor. Esconderse no era una opción; era hora de tomar valor y hablar.

Decidida a enfrentar sus miedos, Tania respiró hondo y se puso de pie con la intención de saludar de la forma más casual posible, solo para encontrarse con que las palabras se le quedaban atascadas en la lengua. Así, inmóvil y muda contra el rincón, cual protagonista de película de posesión, fue que la vio Delfina, quien se incorporó de un salto y exclamó:

—¿Qué estás haciendo?

La alarma en su voz hizo eco en el salón vacío, y el corazón de Tania dio un vuelco. Mientras intentaba disculparse, Delfina guardó el teléfono en su mochila con inusitada torpeza y se pasó las manos por la ropa, para alisar las arrugas.

Solo entonces pudo hablar Tania, pero lo que salió de su boca no fue una disculpa, sino una pregunta atropellada, brusca:

—¿Que qué hago yo? ¿Qué haces tú?

—¿Qué te importa? —respondió Delfina en tono cortante.

El corazón de Tania se le encogió un poco. La princesa de su historia no habría respondido así, y este no era más que un cruel recordatorio de que la idea que tenía de ella no era más que una ilusión. No sabía casi nada de la Delfina real, que ya no se veía como una princesa distinguida y distante, sino como una que se había perdido en la ciudad al intentar escapar de su castillo para encontrarse con su amante. En este caso, lo más probable era que ese amante se encontrara del otro lado del teléfono.

Demasiado sorprendida por su actitud como para discutirle que ella había llegado antes allí, Tania tragó saliva. No sabía con quién estaba más enojada, si con Delfina o consigo misma.

—No se preocupe, Majestad —dijo Tania por lo bajo—, ya la dejo sola, disculpe por interrumpir su día.

Salió del salón con la cabeza baja y pasó el resto del día evitándola.

Al volver a su casa caminando intentó olvidar la interacción, y la gente de la calle se apartó de su camino al verla avanzar con la mirada clavada en el suelo y los puños apretados. Para tratar de despejarse pensó en la continuación de la historia que estaba escribiendo. Apenas pudiera sentarse de vuelta con su cuaderno editaría algunas cosas, empezando por la descripción del personaje de Delfina. En lugar de ser famosa por su belleza y su sabiduría, lo sería por su frialdad; esa iba a ser su venganza silenciosa. Luego se distrajo imaginando lo que pasaría en el capítulo siguiente, en el que Alexei y Caelian encontrarían un problema al viajar hacia la corte de la princesa, y lo visualizó en su mente:

¿Termina bien? (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora