"Algunas personas tienen tanto miedo de morir que nunca comienzan a vivir".
Henry van Dyke
Y por eso, la muerte, a quien muchos conocemos como un tema "tabú" y a quien pocos se atreven a nombrar; hoy...
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Dos hermanas se encontraron bajo el atardecer en el banco más apartado del parque. El lugar estaba casi vacío, sin embargo, todo parecía normal; incluyéndolas. Una intentaba desahogarse y la otra la escuchaba atentamente, como si la vida dependiese de ello.
—Me han considerado aburrida— se quejaba la primera—. Me sorprende que miles de personas me rechacen, por otro lado, a ti te conservan en los más altos pedestales ¿Por qué la mayoría te busca antes de conocerme a fondo? ¿Acaso ya no valgo nada? ¿Crees que siento envidia de ti? — secó una de las lágrimas que caían sobre sus rosadas mejillas para luego volver a enfocarse en el pálido rostro de la chica frente a ella—. Confieso que me asusta ¿Puedes suponerlo? Somos como esas típicas gemelas idénticas, salvo que una es mucho más oscura que la otra y donde quizás la carente de luz soy yo ¿No te suena paradójico? ¿Y ahora? ¿Quién es merecedora de dichos altares?
—Ambas—respondió la paliducha—. Necesitan tanto de ti como de mí ¿Sabías?— tomó a su hermana de las manos— Tú eres el amor, las risas, la alegría, las familias, la bondad, los talentos y las enseñanzas; la que mantiene vivos a los sentimientos y las esperanzas aunque existan los errores, la maldad y las inseguridades — sonrió y preguntó para sí misma— ¿Y yo? Yo soy el dolor, las lágrimas, la depresión y la agonía; pero también soy la paz y la vía para poder descansar una vez aprendidas las lecciones que tú brindas. Siempre seguiremos juntas, de la mano, como hermanas, como amigas. Cada una tiene sus propios momentos oscuros, pero siempre existe una luz al final de cada túnel.
Las dos mujeres sonrieron y se abrazaron como nunca antes lo habían hecho. Ya no había tristezas ni envidia. Por fin, la hacedora de hombres había comprendido el mensaje de su hermana, aquella, la señora del último adiós.
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