—¡¡Carguen ahora!! —aulló la guerrera.
Los aleteos de ambos gigantes levantaban vientos tormentosos.
—¡¡A matar al águila!! —rugió riéndose la desenfrenada.
Las plumas que caían eran como jabalinas y dagas.
—¡¡Como los que vinieron antes que nosotros!! —gritó el campeón.
Los destellos metálicos de cada golpe soltaban metralla helada y ardiente.
—¡¡De una vez!! —con un salto bestial, el berserker de las garras conectó el primer golpe contra el águila.
Parado tras la defensora, el cazador soltó incontables flechas sin siquiera apuntar su arco, acertando cada tiro.
El campeón y la guerrera apoyaron sus grandes escudos en el suelo, como rampas desde las que saltaron el caníbal, la desenfrenada, la bruja, la invicta y la destazadora.
Ambas hermanas druidas, la cosechadora, el mago, la sacerdote, la chamán y la estratega clavaron sus pies y armas en la tierra, llamando el poder de esta y repitiendo los nombres de sus ancestros en susurros, mezclándose sus voces en un rugido primal. La bendición de guerra que llamaron alcanzó al capitán, la paladina, el ladrón, la exploradora y los dos hermanos berserkers, permitiéndoles saltar hasta aferrarse al águila o incluso caer sobre esta, llevándola cada vez más abajo, y abriendo una enorme brecha para que la otra ave pudiera atacar.
A diferencia del pico del águila, largo y hecho para romper lo que fuera, el pico del ave negra era corto y grueso, curvado, como si fuera hecho para desgarrar. La herida que la más grande de las aves abrió en su rival fue enorme, liberando un torrente de sangre dorada y haciendo que el águila soltara un espantoso chillido.
Con aleteos mucho más fuertes que los anteriores, continuando con el grito de dolor, el ave herida giró donde estaba, pareciéndose por segundos a un tornado, liberándose de todos los bárbaros que la cubrían y forzando a su oponente a alejarse por un momento.
—... La dejamos escapar —gruñó por lo bajo el berserker de las garras, levantándose de un salto después de haber caído.
—Perdió esta pelea —le respondió la paladina, mirándolo fijo, mientras ayudaba a la bruja y el ladrón a ponerse de pie—, con eso basta por ahora.
—¿Alguno está herido? —preguntó la estratega, caminando junto a la sacerdote y la defensora, las tres mirando en todas direcciones.
—Parece que no —dijo la exploradora, acercándose al cazador—... Podrías alcanzarla...
—No podría —respondió él, dejando de tensar la cuerda de su arco y guardando la flecha—, y tampoco serviría de nada.
—Si hay guerreros aquí —comenzó la druida mayor—, si los encontramos, si nos unimos en contra del águila...
—Ganaríamos —dijo decidido el pequeño berserker.
—Hay un ave peleando por estas tierras —agregó el gran berserker—, como antes hubo aves del lado de nuestros ancestros.
—Y aun así nuestros ancestros perdieron —volvió a gruñir el berserker de las garras—, no podemos confiarnos.
—Que nosotros sigamos vivos, tras tantas generaciones de muerte y conquista... —comenzó la chamán, pero no terminó.
—No debe repetirse —dijo el campeón.
—No podemos dejar que se repita —concordó el mago.
—Más deben sobrevivir, muchos más —sonrió el caníbal.
—... Más abajo debe haber un lugar donde descansar —la cosechadora levantó la voz, con ambas manos en el suelo.
—Y tal vez ahí estaremos más cerca de quienes nacieron en esta tierra —opinó la sacerdote, comenzando a caminar, encabezando así la marcha.
Avanzaron en silencio hasta ver el suelo al otro lado de la cordillera. La noche estaba sobre ellos, y aunque apenas lograban distinguir algo ahí abajo, supieron que había pueblos ahí, con sus defensores, sus hogares, sus niños y sus cultivos. Supieron que ahí había vida.
—Acampamos aquí —decidió la estratega. La druida mayor y el mago asintieron.
—Tomaremos la primera guardia —dijo el cazador, con la exploradora sonriendo a su lado.
—Despiértennos para la siguiente —respondió la desenfrenada, poniendo su mano en el hombro de la invicta.
El brillo de la luna y las estrellas era la única luz sobre su improvisado campamento, bajo un muro de rocas y unos pocos, grandes árboles.
Ahí, junto a algunas raíces que sobresalían del suelo, alejados de los demás, los hermanos berserkers hablaban sin mirarse a los ojos.
—Esta figura de madera... junto a tu escudo... —habló el mayor de los dos, observando atentamente el objeto tallado—... son igual de antiguos, siempre los hemos tenido... no pueden perderse.
—No se perderán, hermano, como nosotros no perderemos.
—Ni siquiera hemos podido aprender cómo las obtuvo nuestra familia...
—Las tenemos, es todo lo que importa, y nos aseguraremos de que nuestros descendientes se las entreguen a sus descendientes, tal como las historias de aquellos que vinieron antes que nosotros.
—... Porque al final, esas historias son todo lo que tenemos...
—Esas historias, y esa figura, y este escudo. Aquí están nuestras vidas y nuestra gloria. La victoria y la supervivencia de los que vinieron antes.
—... Y la victoria y la supervivencia de los que vendrán después.
Cuando el golpe de sus manos estrechándose resonó entre los árboles, escucharon pasos sobre ellos.
—¿Quién logra pasar la vigía del cazador y la exploradora? —se preguntó el menor, saltando a sus pies mientras empuñaba escudo y hacha. Su hermano solamente comenzó a gruñir, mostrando los dientes, apretando el mango de su enorme arma.
—Wingka —sabían que al menos cinco personas los rodeaban, pero una sola les habló, en un idioma diferente a cualquiera que hubieran escuchado en sus vidas.
—Son nacidos en estas tierras —junto a dos personas parecidas a las que acababan de llegar con ellos, la cosechadora corría a los hermanos—, bajen sus armas.
—¿Estás segura? —le preguntó el pequeño berserker.
—Completamente.
Al unísono, los dos hombres dejaron caer el hacha de batalla, el escudo, y la gran hacha de doble filo.
—¿La sacerdote está enterada? ¿Y el mago? ¿La chamán? —quiso saber el mayor.
—Las hermanas druidas fueron por todos ellos, además de la defensora y la paladina.
Cuando el total de diez bárbaros estuvo reunido, los recién llegados terminaron de revelarse. Se trataba de nueve hombres y seis mujeres, todos portando armas de madera y piedra; tenían el cabello oscuro, largo y liso; eran bajos, con espaldas anchas y brazos sumamente gruesos; sus cuellos iban adornados por amuletos de piedra, y sus frentes por cintillos rojos; y al frente de todos, la persona que les había hablado, una mujer sin mano derecha, con una punta de lanza en su lugar, se erguía imponente, mirándolos con ira.
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Llamas del Águila
FantasiaParte cuatro y final del Ciclo de Barbarie. Los últimos restos de los pueblos libres que mantuvieron vivas las costumbres de sus antepasados bárbaros navegan en un último viaje, teniendo poco más que su fuerza, su magia, el uno al otro, y esperanza.