El rey sigue en shock. No sabe de qué manera han acabado, así las cosas. Mael en sus brazos temblando de miedo y una batalla por el futuro de su pueblo en curso. Cuando al fin puede moverse se da cuenta de que Marsaly también está aquí. Se mueve con premura y los mete a los dos en un almacén, lejos del fragor de la pelea.
—Mael, explícame que pasa aquí y por qué has venido — le exige.
—Taranis, mi rey… yo vi que esto iba a pasar y he venido a preveniros — le dice vacilante el omega.
—¿Ver?
—Yo puedo ver cosas que aún no han pasado.
—¿Eres… un brujo? — le pregunta perplejo.
—¡No! Soy hijo directo de la diosa Luna, descendiente de alfas y omegas designados por ella para asegurar la paz— le confiesa.
—Pero, ya no hay descendientes vivos, mi padre me lo dijo.
—Somos pocos, que yo conozca solo mi hermano y yo — le dice sin atrever a mirarlo.
—Omega, mírame.
Mael levanta sus ojos con miedo, no quiere ver la decepción, la ira o lo que es peor el odio en la mirada de su esposo. Quizá debió decirlo antes, quizá debería haber confiado en que su alfa lo entendería. Pero fue cobarde, no quería perderlo.
—¿Has organizado este ataque tú solo?
—Bueno, sí. Pero mi rey, en Tarsos también hay problemas, una compañía de unos cien hombres se dirigen hacia allí. Tristán y mi hermano se han quedado para repeler el ataque. Mi padre también ha mandado hombres a ayudarlos, pero debes saber que tu pueblo se ha organizado para defender su hogar, deberías estar orgulloso de ellos — le cuenta de golpe.
—Estoy orgulloso de ellos y de mi omega. Eres magnífico Mael, el perfecto rey para Tarsos. Ahora debes quedarte aquí, yo iré a reunirme con mi ejército y a acabar esta rebelión de una vez por todas — le dice el rey, pero Mael no está preparado para perderlo, aún no.
—Mi rey, por favor tened cuidado, no solo por mí, ahora tenéis que pensar en alguien más — le confiesa posando la mano del alfa en su vientre.
Taranis abre los ojos como platos y deja de respirar por un segundo. Y ahí está, el olor suave a leche y maternidad, mezclado con la esencia de Mael y algo de su propio aroma.
—Mael, mi amor… un cachorro. ¿Vas a darme un hijo? — le pregunta, aunque sabe muy bien cuál es la respuesta.
—Así es. Será un alfa, majestuoso, amable y valiente, como mi rey, como su padre, lo he visto — le dice con su mano todavía atrapada entre los dedos de su alfa.
—Volveré, no os dejaré solos, lo prometo — le dice para tranquilizar a su omega, no es bueno para el cachorro que su madre esté nervioso. — Marsaly, cuida de él y no dejes que salga de aquí hasta que vuelva a buscaros. Fuera dejaré dos hombres para protegerlos — le dice y ella asiente ante las palabras de su rey.
Después el rey besa a su omega y sale a unirse a la batalla. Mael se desploma en el suelo y reza todo lo que sabe para que su alfa vuelva sano y salvo.
—Mi señor, necesito hablar con vos — le dice Marsaly sentándose a su lado.
—Habla sin miedo.
—¿Por qué ha hecho llamar a los guerreros Ull?
—Son fuertes, casi invencibles, los necesitábamos — le responde escuetamente.
—Conozco la historia de su pueblo. No sirven a ningún rey, si necesitas su ayuda piden un tributo. Mi abuela me contó que siempre piden la lealtad de la persona que solicita sus servicios. Tendréis que vivir con ellos, ser uno de ellos o morir. ¿Qué pasará con el niño? ¿Por qué no se lo habéis contado al rey? —le pregunta sin casi respirar.
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Mael, hijo de la Luna.
FantasyMael es un omega destinado a grandes cosas. Su compromiso con Taranis, el rey de Tarsos, desde su nacimiento lo convertirá en el omega consorte del reino más poderoso del planeta. Taranis no sabe nada del amor o la pasión, solo vive para su pueblo...