Un caramelito del Capitolio

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El tren comenzó a detener su marcha poco a poco y Santhe saltó de la silla para ir a mirar por la ventana, llena de emoción. Garland fue junto a ella y comenzó a señalarle algunos de los edificios que se veían a través del cristal, explicando alguna que otra curiosidad sobre ellos. Duncan terminó de comer y se levantó para mirar también por la ventana.

Solo había visto el Capitolio por la televisión y, aunque sabía lo que suponía acercarse a aquel lugar, sentía también curiosidad por verlo con sus propios ojos. Se quedó sorprendido, pues los enormes edificios que había visto en la pantalla parecían muchísimo más grandes al verlos tan de cerca.

— Impresiona, ¿eh? —Garland sonrió ampliamente y puso una mano en el hombro de Santhe y otra en el de Duncan—. Los tributos que vienen de los distritos más alejados suelen reaccionar siempre así. Los del distrito uno, por ejemplo, están más acostumbrados a esta clase de cosas y... AU —se quejó.

Tule había pasado por detrás de él y le había dado un codazo en la zona lumbar.

— Como vuelva a escucharte alabar al dichoso Capitolio juro que te-

— ¡Tule! —Duncan se sorprendió, era la primera vez que veía a Phox alzar la voz. Ella se acercó a Tule y sujetó su muñeca con firmeza—. Ahora no —susurró, en un tono que mezclaba súplica y nerviosismo—. Por favor.

La morena la miró y su gesto se suavizó un poco, casi de forma imperceptible. Dio un pequeño asentimiento y miró a Garland ya con su máscara de enfado recompuesta.

— Seguro que tienes muchos amigos a los que saludar, deja que los chicos se preparen.

Tras el aviso, Tule salió hacia otro vagón con las manos apretadas en un puño y Phox la siguió con una mirada que Duncan interpretó como preocupada.

— Yo... Iré a hablar con gente —dijo Garland, sin saber muy bien donde meterse. El ambiente de la sala se había vuelto muy tenso—. Nos vemos.

Phox pareció más relajada cuando él abandonó el vagón en dirección opuesta a Tule.

— Bueno, chicos —les miró a ambos y una de sus habituales sonrisas apareció—. Hemos llegado. A partir de ahora los Agentes de la Paz os acompañarán casi en todo momento, intentad no hacer nada fuera de lugar y, por favor, comportaos —ella suspiró y Duncan sabía a qué se refería: contaban historias de que en las primeras ediciones de los juegos, trataban a los tributos como animales, enjaulándoles y maltratándoles, llegando a morir al poco tiempo. Con el tiempo habían ido mejorando el trato para que llegasen vivos a la arena, pero mejor no tentar a la suerte.

El tren se detuvo del todo con un chirrido y fuera se escuchaba un gran murmullo de la multitud, expectante por verles. A través del cristal, podían verse gentes vestidas de todos los colores posibles y cada peinado más extravagante que el anterior. Frente a ellos, impidiendo que entrasen en el andén, había una larga fila de Agentes de la Paz, uniformados de un blanco perfecto y pulcro.

— Venid, ya es hora —Tule estaba tras Duncan y Santhe, con los ojos algo enrojecidos y el mismo gesto de enfado de siempre—. Ahora iremos en coche y luego van a separaros, os veréis de nuevo en los carruajes —le miró a él, una mirada firme que servía tanto de advertencia a que se comportase, como para hacerle saber que Santhe estaría a salvo.

Indicó con la cabeza la dirección por la que Garland había salido y Duncan se adelantó. La niña iba a seguirle, pero Phox la frenó un instante y se agachó para decirle algo que solo ella pudo escuchar. Santhe sonrió ampliamente, al igual que la mentora y siguió al chico hasta el vagón.

Lo último que Duncan vio antes de salir del tren era a las dos mentoras, muy cerca una de la otra, hablando en susurros. Le recordó a Eleanor y él ver que Phox apoyaba la cabeza en el hombro de Tule y esta le ponía una mano en la nuca para abrazarla, murmurando algo cerca de su oído.

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