Como una daga

2 0 0
                                    

Apenas habían pasado unas cuantas horas desde que me había matado. El domingo por la noche había quedado a cenar con mi asesino, sin saberlo. Sin mucha delicadeza, después de tanto, me clavó un cuchillo en el corazón y se fue, dejando mi cuerpo inerte allí tirado. Llegué a mi casa moribunda y me tumbé en la cama. Ahora la alarma me avisa que es hora de ir a trabajar. ¿Será un corazón roto una buena excusa para faltar?

MicrocuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora