TERCERA PARTE SU GLORIFICACIÓN

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MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE

Su hermana Rebeca declaró:Debido al sufrimiento que me produjo la separación de mi hermana, que desde tanto tiempo yo veía aproximarse sin poderlo evitar; y como por otra parte con nadie desahogaba mi pena, al fin la naturaleza se rindió, y, desde la víspera de su entrada al convento, me principiaron unos desmayos, que me hacían caer al suelo a la menor impresión en cualquier parte que estuviese. El doctor dijo que se trataba de un debilitamiento nervioso. Bastaba que en mi presencia se nombrara a Juanita para que yo cayese de espaldas. A veces al caer, recobraba el conocimiento, pero otras lo perdía por bastante tiempo. Siempre que esto acontecía, no podía hacer movimiento alguno porque no tenía fuerzas en los miembros, de tal manera, que al intentar levantarme, volvía a caer.

También en vez de llorar, me reía largos ratos y a veces, sin motivo, no estando en mi poder dominarme; y me eran ocasión de mayor risa las miradas de compasión que me dirigían los presentes, sobre todo mi mamá que estaba muy preocupada de mi estado. A esto se agregó una total inapetencia y comencé a padecer de insomnio, llegando a veces a dormir de dos a tres horas y éstas con grandes pesadillas. Pasé así todo el año, sin que el régimen a que me sometió el médico hiciera efecto.

En el momento en que ocurrió la muerte de mi hermana, yo me encontraba peor que nunca, física y moralmente a causa de las luchas que me ocasionaba mi vocación. Pero al morir mi hermana, todas las tinieblas de mi alma se disiparon, recobré la paz y comprendí que Dios me llamaba a ocupar su hueco. Entonces yo le pedí a nuestro Señor, por intercesión suya, que a partir de ese momento no me volvieran los desmayos, y normalizase mi salud para poder realizar mis deseos, y esto me concedió. También espiritualmente he experimentado mucho su protección [1].

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Juanita rezó mucho por su hermano Lucho que había perdido la fe y andaba ciego y desorientado, deseando encontrar a ese Dios en quien ya no creía. Años más tarde, en 1942, a la muerte de Rebeca, escribió: Todo se me ha ido con ella. Todo. Parece que por segunda vez se me hubiera muerto la Juanita... Jamás he necesitado tanto de creer y, desde que se ha ido, voy como un ciego, que busca en la sombra. Llamo, pido, pero el Dios de "ellas" está mudo para mí. ¿Hasta cuándo? Lucho vivió 87 años y un año antes de morir pudo exclamar jubiloso: El mayor milagro moral de Juanita fui yo. Había recobrado la fe perdida y pudo gozar de una paz profunda en su vida cristiana sin que le volvieran a molestar sus antiguas dudas.

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Delia Leiva, domiciliada en Los Andes refiere el siguiente caso: La niña Hilda Leiva molestó involuntariamente con una varilla de mimbre a un caballo, el cual le dio tan recia patada que le hundió el cráneo cerca de una de las sienes fracturándolo en varios pedazos. La madre la llevó inmediatamente al hospital y el doctor Rosende que la vio juzgó el caso gravísimo y le aconsejó que se trasladara inmediatamente a Santiago, porque la operación era muy delicada y en la capital había instrumentos más a propósito para levantar el hueso del cráneo. Entretanto la desconsolada madre encomendó la salvación de su hijita a la hermana Teresa de Jesús y mandó al monasterio de las carmelitas pedir oraciones por esta intención.

Las religiosas le enviaron una imagen de la hermana encomendando a ella la vida de la niña. Llegadas a Santiago, el día siguiente, Hilda fue atendida en el hospital Roberto del Río. El doctor del establecimiento encontró el caso gravísimo tanto por la fractura que dejaba al descubierto parte de los sesos, como por el mal estado de la paciente. En vista de su gravedad y peligro, se le administró la santa extremaunción antes de la operación. Se le extrajeron varios pedacitos y astillas del hueso del cráneo quedando la niña entre la vida y la muerte, de manera que el doctor que la operó dijo a la madre que solo Dios podía salvarla. En efecto, la niña mejoró contra toda esperanza y algún tiempo después vino en persona a cumplir la promesa que por ella había hecho su madre [2].

Santa Teresa de los AndesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora