Culpable

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El vehículo de la señora que me lleva tiene impregnado el olor a ciprés y a miel en él, aquel aroma me hace sentir segura por alguna razón.
Me cubro aún más con la manta que tengo encima.

La mujer me ha conversado desde que me senté.
Ella se llama Lucía, vive en la capital y me ha dicho que la ciudad tras el río ha sido víctima una vez más de las imponentes llamas. Aquellas traídas a la vida por alguien, o por algo en realidad, ya que nadie sabe realmente que ha causado ese incendio.
Y al parecer, ese pueblo está maldito.

Lo que está más que claro es que incluso kilómetros más allá y bien lejos de la ciudad se puede apreciar el color rojizo y el aire pesado, cargado del hedor de la muerte.
Del crimen.

–Si lo piensas bien, los incendios de tal magnitud son algo común en verano y pueden ser causados por colillas o chispas de alguna parrillada. Y en esa ciudad abundan los pinos, los cipreses y varias especies que se incendian rápidamente. Aparte, las personas son súper irresponsables y se construyen sus cabañas entre los árboles…

– Usted...¿Cree que haya sido una persona? –interrumpo sin querer, con ingenuidad y ella me mira curiosa.
Sonríe después y niega junto a un suspiro.

–Niña, si hubiese sido una persona ya estaría muerta a estas alturas. Quemada, porque escapar de las llamas dentro de esa ciudad es complicado. Te atrapan, ¿entiendes? Es como si estuviese diseñada para ser una trampa.–su tono es suave, pero no me pasa desapercibido el hilo de tristeza que se cola.

–Oh. –asiento sin entender que quería decirle en realidad con lo anterior.– ¿Cómo llegó a pensar todo eso?

Ella ríe restándole importancia.

–Solía vivir ahí hace mucho tiempo. Después de tantos desastres de este tipo, terminé mudándome a la capital, no podía seguir viviendo en constante peligro y a mi edad me doy cuenta de que fue una buena desición.

Nuevamente asiento con la cabeza sin saber que decir, y me adentro en la plácida vista de la carretera oscura.

En el asiento de copiloto todo se aprecia distante, como un viaje irreal, la canción que en la radio circula se me hace conocida, la debí escuchar en alguna parte antes, pero no recuerdo donde.
Observo a Lucía desde aquí, es una mujer vieja y canosa, creo que dejarme subir fue algo inesperado para ambas.
Un peso agotador comienza a asentarse en mis hombros y estoy tan cansada, que caigo en una bruma oscura que me envuelve en segundos.

Una brisa cálida se envuelve en mi piel, me eriza todos los bellos del cuerpo.

–Valquiria, vamos, acércate. –susurra una voz masculina, y veo frente a mí un montón de puntos brillanted. Crean un movimiento de vaivén y mi alma revolotea en respuesta, me doy cuenta de que mi cuerpo no está en este plano, que nada es tangible aquí. El corazón me late nervioso como si conociera aquella voz, no sé como acercarme a él y dejarme llevar mientras danza para mí, solo para mí. —Ven, preciosa…Ven…

La energía se acerca de forma fugaz y el recuerdo de una estrella en el cielo aparece como un parpadeo.
¿Acaso debía pedir un deseo? ¿Eso hacía antes, no?
Abro la boca para hablar pero ninguna palabra sale, como si aún fuesen presas del frio y el pavor que me consumían dentro del río.

–Mph…–un quejido inútil sale rebelde desde mi alma.
Ahora lo entiendo, puedo sentir el cuerpo aunque no esté aquí.
No comprendo por qué el derecho de la palabra se me ha negado dentro de un sueño creado por mi subconsciente.
Inmediatamente, siento una mano cálida posarse en mi mejilla con delicadeza y algo tibio resbala por mi mejilla.
Son lagrimas, de dolor y angustia,  provienen de él, ha sido víctima de algo atroz, la tristeza seatasca en mi garganta en un nudo apretado. 

ValquiriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora