Cuando al día siguiente, antes de clase, llamé a la puerta del despacho de Hink, me hizo pasar con una sonrisa.
-Gracias por haber convencido a Grace de que acepte el puesto, Henry. Muy amable por tu parte. No ha sido fácil para ella, la pobre.
-Espere, ¿al final ha aceptado?
-Ha venido a verme hace media hora para informarme de que le habías hecho cambiar de opinión. No sé qué le has dicho, pero ha funcionado.
-¿Ella le ha contado que yo le he hecho cambiar de opinión?
-Deberías empezar a pensar en el primer número desde este instante. Antes de que te des cuenta, ya estaremos en diciembre. Ayer mismo metí presión a mis alumnos de primero, así que seguro que encuentras voluntarios para que te ayuden. La mayoría necesitan actividades extraescolares para acceder a la universidad; no puedo prometerte que sus ideas valgan la pena, pero es un comienzo.
-Cuando ha dicho que «no ha sido fácil para ella», ¿a qué se refería?
-Pues a que cambiar de instituto el último año nunca es fácil. Ven a instalarte en tu despacho. Tus contraseñas están en un post-it delante del ordenador. Grace ya está allí. También Lola Leung. Me parece que ya os conocéis, ¿no?
Me dedicó la típica sonrisa que significaba que sabía que yo había sido el último chico en besar a Lola antes de que cortara de raíz sus relaciones con el género masculino.
-Sí.
Me aclaré la garganta en lugar de hacer lo que de verdad quería, es decir, contestar: «¡Ella siempre ha sido lesbiana! ¿Es que no sabe cómo funciona la biología?».
-Lola es mi vecina.
-Ah, ya, tu vecina, claro. En cualquier caso, no hace falta que os presente. Vete a instalarte, nos reuniremos la semana que viene para hablar del primer número.
Hink volvió la atención a lo que fuera que estuviese haciendo en el ordenador (¿organizar un club de la lucha?, ¿escribir haikus?) como si no hubiera pasado nada y no acabara de lanzar una bomba de la talla de Grace Town.
Aturdido, entré en el pequeño despacho que hacía las veces de redacción. Era una auténtica pecera. La pared pegada al pasillo era de cristal, y la puerta (también acristalada) no cerraba, sin duda para impedir que se produjera en el interior algún coito apasionado; una estrategia que había fracasado estrepitosamente, porque el redactor del año pasado se acostaba con su novia en el sofá. Por suerte, ahora una manta disimulaba las manchas sospechosas que se habían acumulado en la tela.Sentada delante del Mac reservado al diseñador gráfico, con una piruleta en la boca y sus gruesas botas sobre la mesa, Lola miraba la página de ASOS. Grace se había instalado ante una mesa minúscula apoyada contra la pared de cristal, lejos del escritorio del editor. Debían de haberla colocado allí en el último minuto, cuando cambió de opinión.
-Hola -dije, con una sensación de nervios extraña y nueva. Cuando miré a Grace, noté algo inquietante: era como observar una vieja fotografía coloreada de la Guerra de Secesión o de la Gran Depresión y darse cuenta por primera vez de que aquella gente había existido de verdad. Yo había visto a la Grace coloreada en Facebook y ahora me encontraba con la versión sepia: inaprensible, fantasmal y cenicienta.
Me hizo un gesto con la cabeza.
-¡Hola, tío! -exclamó Lola mientras agitaba la piruleta en mi dirección, sin dejar de mirar la pantalla.
Me senté a la mesa del editor. Encendí el ordenador del editor. Abrí la cuenta del editor. En definitiva, saboreé la sensación de triunfo por haber conseguido el objetivo para el que llevaba dos años trabajando sin descanso.
No obstante, mi pequeño momento de satisfacción se vio rápidamente interrumpido por Grace, que se volvió hacia mí y me dijo:
-No voy a escribir nada. Ni editoriales, ni artículos de humor. Si quieres publicar algo, lo escribes tú mismo. Puedo ayudarte con otras cosas, pero no escribiré ni una palabra. Ese es el trato que te propongo.
Lancé una mirada a La, que ponía todo su empeño en fingir que no estaba escuchando nuestra conversación. La hipótesis de la maldición vudú cobraba fuerza.
-Me parece bien. De hecho, yo mismo espero no tener que escribir demasiado. Hink me ha dicho que deberíamos poder reclutar a gente de primero para hacer el curro.
-De acuerdo.
-Genial.
-Bueno, eh..., deberías leer la política editorial, el reglamento, el libro de estilo y los estatutos. Todo está en el disco duro común. ¿Ya tienes contraseña?
-Hink me la acaba de dar.
-Entonces empecemos.
-Directo al grano.
Así me gusta. Se volvió, abrió la carpeta y se puso a trabajar.
Lola giró sobre sí misma en su sillón con deliberada lentitud, los ojos como platos, pero como me vio negar con la cabeza, volvió a su carrito de la compra con un suspiro.
No había mucho que hacer aquella mañana aparte de planificar, así que aproveché para poner Spotify en modo aleatorio. El primer tema era Hey, de los Pixies. Been trying to meet you, cantaba Black Francis. Subí un poco el volumen y canturreé a la vez que revisaba el correo (y me decía que tenía que volver a ver El diablo viste de Prada, ahora que era redactor jefe, por aquello de pillar ideas), y de repente percibí un movimiento con el rabillo del ojo. Levanté la cabeza. Grace Town articulaba las palabras en silencio. «If you go, I will surely die», canturreaba distraídamente mientras hacía desfilar las treinta páginas de temas que no estábamos autorizados a tratar: nada de sexo, nada de drogas, nada de rock'n'roll, nada que resultara interesante a los adolescentes en realidad.-¿Conoces a los Pixies? -le pregunté después del primer estribillo. Me lanzó una mirada sin responder enseguida.
-«Me has encontrado en un momento extraño de mi existencia» -acabó por decir-. El club de la lucha. Where is My Mind? salía en la banda sonora.
-Sí, ya lo sé. Lo he pillado. El club de la lucha es una de mis pelis favoritas.
-Y de las mías.
-¿En serio?
-Sí, ¿te sorprende?
-La mayoría de las chicas...
Lola levantó la mano.
-Ojo a lo que vas a decir, Henry Page. Las frases que empiezan por «La mayoría de las chicas» no auguran nada bueno.
-Cierto -asintió Grace.
-Eh. Vale. Iba a decir que a muchas, no a la mayoría, pero a muchas chicas a las que conozco no les gusta El club de la lucha.
-Pues a mí me encanta, machirulo -dijo Lola.
-¿Quieres decir que a la mayoría de las chicas no les gustan las pelis sesudas? -preguntó Grace-. ¿O que las chicas a las que les mola El club de la lucha son especiales y por tanto mejores que el resto del género femenino?
-Para nada. Las chicas de aquí... seguramente no han visto El club de la lucha.
-Yo soy una chica y la he visto
-replicó Lola.
-¿Ves? El cien por cien de las chicas aquí presentes han visto El club de la lucha. Vas a tener que recalcular tus estadísticas.
-Vale, ya me callo. No quiero alimentar el patriarcado.
-Nos estamos quedando contigo, Henry -explicó Grace con una sonrisita.
Hubo un silencio, que llegaría a ser una característica de nuestras conversaciones, durante el cual intenté con desesperación continuar hablando más de lo debido.
-¿Por qué has cambiado de opinión? -pregunté muy rápido.
La sonrisa de Grace se desvaneció.
-No lo sé.
En ese momento, sonó el timbre de la primera clase y, aunque no estábamos obligados a ir porque nos permitían dedicarle esa hora al periódico, Grace Town se levantó, amontonó sus papeles y salió.
-¿Te has fijado? -le dije a Lola, después de que Grace se fuera-. Le gustan los Pixies y El club de la lucha.
-Estoy casi segura de que a mí también, animal de bellota.
-Sí, pero tú eres una lesbiana marginada que roba primeros besos a los chicos antes de castrarlos al salir del armario dos semanas después.
-Eso me recuerda que me he olvidado de comentarte una cosa. El otro día, Madison Carlson me preguntó cómo de nulo eras con la lengua para hacer que una chica aborreciera a los hombres para siempre.
-Espero que le hayas explicado con amabilidad que la orientación sexual está predeterminada y que ya eras lesbiana cuando me besaste.
-Ah, no, le he dicho que tienes el pene torcido y que, después de verlo, no me han quedado ganas de ver otro.
-Gracias, tía.
-Siempre es un placer -dijo, mientras se levantaba.
En la puerta, se detuvo e inclinó la cabeza en la dirección por la que acababa de irse Grace Town.
-Me mola esa tía, Henry. Tiene... un no sé qué.
Le hice un gesto con la cabeza sin decir nada, pero como Lola era mi mejor amiga y como no nos ocultábamos nada, sonrió. Porque incluso sin pronunciar ni una palabra, sabía exactamente que aquel cabeceo significaba «a mí también me mola».No olvides dejar tu voto :)
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Efectos Colaterales Del Amor (De Krystal Sutherland)
RomansaHenry cree en el amor para toda la vida. Y cuando conoce a Grace, excéntrica y coja, se enamora perdidamente de ella contra todo pronóstico. Pero el pasado de ella oculta secretos que aún está intentando superar, y un nuevo amor no forma parte de su...