Oír a su secretaria cantar no era, para nada, una novedad. Ella siempre estaba murmurando canciones y oyendo música con discreción. Al principio le era molesto, pero no tenía quejas de ella en realidad. Era eficiente, puntual y a diferencia de las demás hablaba poco. No lo molestaba con esas miradas de cotización con las que lo hacían otras mujeres. Ella se limitaba a cumplir su labor nada más. El color de su cabello le era un tanto escandaloso, pero al menos vestía de manera decente. Sin embargo, si alguien le hubiera preguntado que opinaba de ella, su respuesta hubiera sido bastante despectiva. Es que Mary no le importaba en lo más mínimo.-Traeme un té- le dijo, pues de pronto se sintió incómodo y no quiso estar con ella allí.
Mary asintió con la cabeza y unos minutos después dejó ante él una taza de la que escapaba un abundante vapor. Aquella oficina amplía y bien iluminada tenía una vista bloqueada por un edificio semejante a ese. Del otro lado de la calle, por medio de esas grandes ventanas se podía ver el ir y venir de oficinistas siempre a prisa. Hacia allá miraba Zamasu cuando ella entro. Su brazo derecho descansaba en el escritorio y su mano jugueteaba con un bolígrafo como si fuera una banqueta.
-Cancela mis citas desde las tres a las cinco- le dijo.
-Bien- contestó Mary y se dirigió a la puerta, pero él la llamó.
-Nada. Puedes retirarte- le dijo de forma fría.
A veces hacia eso y Mary no comprendía el motivo. La llamaba para después decirle nada. Lo curioso es que él la veía directo a los ojos cada vez que lo hacía y rara vez tenía un contacto visual con ella o con cualquiera.
Zamasu era un tipo inteligente. Sabía como sacar provecho a todas sus ventajas y como obtener lo que quería o necesitaba. No le importaba dónde tuviera que ir para lograr estás cosas, ni las cadenas de favores que dejaba detrás de sí. Como su secretaria y anónima confidente, Mary lo conocía bastante bien. De ahí nacía ese recelo cada vez que él la llamaba de esa forma y después de esa noche de lágrimas, esa sensación fue en aumento.
Las personas tienden a ignorar lo obvio, lo que está delante de sus narices, hasta que algo sucede y se los estampa en la cara. Zamasu no sabía que ella y Zita eran la misma persona, pensaba Mary, pero había algo que le costaba creer él hubiera pasado por alto. Un detalle que dentro de su relación era primordial. Mas no daba con una sola razón por la que aquello estuviera siendo inadvertido para Zamasu y eso la hacía temblar.
Aquel lunes, su jefe la hizo quedarse unas horas más para terminar de redactar unos documentos. Aquello la puso alerta, pero su temor resultó infundado. Una vez terminó su trabajo se retiró sin contratiempos. Al llegar a casa se fue directo a la cama. No estaba segura de porqué, pero se sentía cansada. Se olvidó de lo que Zamasu le había enviado, por lo que fue durante la hora del almuerzo, hasta después de cenar. Fue entonces que desenvolvió aquel paquete blando y cubierto por un papel verde muy delicado. Al principio creyó que sería un vestido, un camisón de dormir e incluso ropa interior, pero no...Lo que encontró fue algo que reconoció de inmediato. Un poco desconcertada se sentó en el borde de la cama con la chaqueta de Zamasu sobre su regazo.
Cerca de la media noche, cuando Mary estaba dormitando tendida sobre su cama, aquel teléfono sonó. Lo había dejado junto a la almohada. Él siempre llamaba después de enviarle algo. Respondió rápido y escuchó un saludo cansino seguido de ese sonido que hace la garganta al beber agua, aunque posiblemente él estaba tomando té, pensó la muchacha. Ella llevaba ahí un buen rato, apretando esa chaqueta entre sus manos. Lo hacía como quien sostiene una prenda delicada con la que no sabe que hacer. Del otro lado del auricular, su interlocutor descansaba su cabeza sobre un cojín enfundado con aquella ropa blanca. Un saludo, unos escuetos diálogos y el silencio largo, pero nada molesto que seguía siempre a esa forzada interacción.
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Número privado
FanfictionEl anonimato puede ser liberador y todos escondemos sombras de fuego bajo la piel.