Era temprano y hacía bastante frío. La larga falda de Mary se agitaba un poco con el viento mientras apretaba las carpetas contra su pecho y hablaba usando el manos libres de su teléfono celular en el bolso que colgaba de su hombro. Tenía que resolver trámites burocráticos para su empleador que le recordaba la urgencia de sus tareas además de otras cosas irrelevantes. Después de dos minutos de exigencias, Mary pudo colgar solo para recibir otra llamada cuya voz reconoció de inmediato obligándola a detenerse en mitad de la acera casi haciendo que un hombre se estrelle con ella.-Zita- fue la única palabra que ese sujeto pudo pronunciar antes de que ella colgara para extraer el chip de su teléfono y arrojarlo a un bote de basura.
-¿Hasta cuándo seguirás insistiendo, Zamasu?- le preguntó Mary a esa imagen en su cabeza que desapareció tan pronto entró en el banco del otro lado de la calle.
En su oficina Zamasu apretaba el teléfono celular en su mano como si fuera un limón al que no podía extraerle el jugo. Tenía una mirada asesina que su reflejo en la ventana le devolvía de forma opaca y difusa. Llevaba un año detrás de esa mujer que era escurridiza y arisca como un animal salvaje. Encontrarla siempre era difícil. Cambiaba de número constantemente, jamás se sujetaba a los planes de telefonía o contrataba algún servicio. Vivía en casas rentadas donde los gastos comunes se incluían en la renta, no empleaba su cuenta bancaria en ninguna forma, no tenía tarjetas de tiendas comerciales, no tenía redes sociales, no tenía contacto estrecho con nadie. Pocas personas fueron para Zamasu tan difíciles de ubicar como ella, pero finalmente la había encontrado y no iba a detenerse hasta conseguir lo que deseaba. No importaba cuántas veces Mary se deshiciera de su número de teléfono o donde fuera, de él no volvería a escapar.
Pese a que Zamasu consideraba tenía a Mary entre sus manos, no tenía idea de como lograr ella accediera a hacer lo que él quería. No tenía una forma de persuadirla. Regalos, dinero, promesas de beneficios; nada de eso le importaba a Mary. Cuando averiguo donde trabajaba pensó en conseguir su despido, pero esa mujer era capaz de ponerse a limpiar mierda antes que aceptar una propuesta de esa naturaleza de su parte y él podía entenderlo bastante bien. Más allá del poder que podía conseguir mediante el dinero, Zamasu despreciaba cualquier cosa que pudiera conseguir solo pagando por ello. Por eso no llevó a cabo la idea de sabotear a Mary. No quería convertir esa experiencia en una vulgar transacción comercial.
Apartandose de la ventana guardo su teléfono celular en el bolsillo de su chaqueta y fue a sentarse a su silla detrás de ese amplio escritorio viendo su reflejo en el espejo que decoraba la puerta. Hacia un año ella también se reflejo en ese espejo y recordar ese momento le era motivo de dos sensaciones muy opuestas. Nunca estaría seguro de su bueno o no encontrarse con ella. Por un lado a nadie, jamás, habló de si mismo como a Mary, pero por otro lado nadie nunca fue capaz de controlarlo como ella lo hizo. Era culpa suya por dejarse en tal estado de vulnerabilidad ante esa mujer. Pero por otra parte tenía que admitir que Mary siempre tuvo la ventaja. Ella era como él, pero muy diferente a la vez. Y eran esas diferencias lo que definía el lugar de cada cual. Él podía tener una posición mucho más privilegiada, ser alguien importante y Mary una proletaria más, pero en lo que a conocerse a si misma se refería, ella era superior. Mary disfrutó encontrarlo, pero no desarrolló ningún tipo de dependencia hacia él porque a diferencia suya no requería nada que estuviera en otra persona o eso parecía.
Zamasu cruzo las piernas y giro un poco la silla para sacar los ojos del espejo para seguir reflexionando. Después de unos minutos volvió a levantarse, pero en esa oportunidad lo hizo sonriendo como un demonio que está a punto de ofrecer un trato a un incauto mortal.Unos días después cuando Mary volvía a casa encontró un elegante automóvil estacionado afuera de ella. No tuvo que acercarse para saber de quien se trataba ni que hacía ahí. A paso firme avanzó hacia el vehículo cuya puerta de abrió cuando estuvo a unos pasos dejando a ver a Zamasu que llevaba un taje oscuro con una corbata púrpura.
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Número privado
أدب الهواةEl anonimato puede ser liberador y todos escondemos sombras de fuego bajo la piel.