Prólogo

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«No dejes nunca de soñar. Solo quien sueña aprende a volar».
Peter Pan


—Hola...

Claire miró, sorprendida, al chico que estaba delante de ella, era como si hubiera llegado arrastrado por el viento que acababa de levantarse. Se subió sus gafas de montura negra por el puente de la pequeña y respingona nariz y agarró una de las cajas de cartón donde llevaba parte de su vida.

—Hola —lo saludó de manera escueta y algo borde, poniéndose en movimiento de inmediato.

—¿Os mudáis? —le preguntó el chico, siguiéndola muy de cerca.

—Eso parece —señaló sin dar más información mientras trataba de abrir la puertezuela que separaba el jardín de la acera, intentando que los objetos que asomaban por el borde del cartón no acabaran desperdigados por el suelo.

—Espera, que te ayudo —dijo, solícito, el desconocido.

Ella se apartó unos metros para permitirle el acceso y, en cuanto la reja se abrió, la traspasó. Dejó la caja sobre el verde césped, que necesitaba una buena poda, y se volvió con rapidez, cerrando la puerta delante de las narices del extraño chico.

—Gracias. Ya puedo yo.

—Ese es el Sombrerero Loco, ¿verdad? —Introdujo su brazo entre los barrotes de forja negra y señaló detrás de Claire.

Ella lo observó, confusa, sin saber muy bien a qué venía ahora eso, hasta que se giró para ver lo que le indicaba, captando su atención un viejo muñeco que asomaba por la caja entre la lámpara de su escritorio y los vinilos antiguos de su padre.

—Sí, lo es —afirmó con pocas ganas, tomando de nuevo entre las manos sus pertenencias.

—Es uno de mis favoritos.

Claire elevó su ceja oscura, volvió a mirar al chico de arriba abajo y, sin más, se despidió, desapareciendo por el interior de su nueva casa.

—¿Quién era ese? —le preguntó su madre, subiendo las escaleras tras ella hasta que llegaron al que sería, a partir de ahora, su dormitorio.

La joven dejó la caja que portaba en el suelo y se acercó a la ventana. Apartó la amarillenta cortina y observó la calle, donde el chico con el que apenas había cruzado un par de frases saltaba de un lado a otro, se subía a la valla blanca que separaba la vivienda de enfrente de la suya y se tiraba sobre la hierba dando una voltereta.

—Ni idea.

Su madre se aproximó a Claire y miró por encima de su hombro justo cuando la persona que centraba su conversación desaparecía tras la puerta de los vecinos.

—¿Iba disfrazado? —Claire asintió—. Qué raro...

—Era Peter Pan —indicó ella en apenas un susurro.

Su madre se rascó la cabeza y agarró una manta que había sobre la cama.

—Un chico muy raro —repitió mientras se dirigía hacia el pasillo que comunicaba el resto de las habitaciones de esa planta—. No tardes en bajar. Quedan pocas cajas en el coche y estoy deseando pedir una pizza. Me muero de hambre.

—No tardo —afirmó, pero no se movió del lugar que ocupaba, muy pendiente de lo que sucedía en la otra casa.


Soñar DespiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora