Dos: la degradación de una petición.

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Capítulo dos

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Capítulo dos.

Arianna Beckett
3 de febrero, 2017

Esperaba que al rechazar su propuesta dejaría de insistir, en que época cree que estamos para fingir una relación, ni que estuviéramos en la preparatoria. No sabía de su existencia hasta el día de ayer. Su petición es de locos, aun así, no pude evitar pensar más de dos segundos en él. No ayuda que nos encontremos en cada lugar de este hospital, cada vez que recorro la habitación con la mirada él se encuentra ahí. Su presencia es continua y constante recordándome a cada segundo la proposición. No se ha rendido o retrocedido en la lucha por conseguir el absurdo favor.

Andrew Jefferson no tiene nada que me interese, no hay nada en él que me atraiga para aceptar su petición y tampoco hay algo que pueda decir para que cambie de idea.

Sí, me da curiosidad la seguridad con la cual me cuestiono si estaba segura. Me hizo dudar por un momento de mi decisión, pero así de rápido como surgió aquella duda se esfumó. Camino al lado de Andrew, quien se encuentra hablando con una enfermera pelirroja, la cual estaba en mi sala de operaciones esta mañana, y quien en este momento también me está dirigiendo una mirada fea poco disimulada. Me pregunto qué le hice para que me observe de esa forma, pero sé que no hice nada; creo.

Creo que no hice nada.

—Doctora Beckett—me llama una residente, sus ojos están suplicantes para que este de buen humor y responda sus dudas— ¿puedo entrar con usted al quirófano? —pregunta casi en una súplica, asiento sin dirigirle la palabra.

La residente casi salta en su lugar de la emoción, claro, no siempre se ven dos operaciones tan complejas en un solo día. Hoy estamos llenos y ocupados con varios pacientes, y la sala de urgencias está a punto de reventar.

—Los demás vayan a ayudar en la sala de urgencias—ordeno dirigiéndome hacia el quirófano. Observo sorprendida a Andrew quien se halla colocándose los guantes dentro de la sala de operaciones, nuestras miradas se cruzan y encuentro algo que me fastidia en los ojos verdes.

Lavo las manos apartando la mirada del cirujano, ignorando su presencia como lo he hecho todo el día. Recibo el par de guantes ofrecido por las enfermeras, las cuales deslizan el látex por mis manos. Andrew está invadiendo mi quirófano y no solo le basta con estar en el mismo lugar, ahora me dirige miradas fugaces.

Alzo la vista encontrándome con los ojos verdes, arqueo una ceja pidiendo alguna respuesta hacia su intensidad, pero el sonríe. Y es estúpido pensar que está sonriendo, cuando un tapaboca quirúrgico está ocultando la mitad del rostro. Los ojos de Andrew son muy expresivos. Clavo con delicadeza el bisturí en el paciente, pidiendo a los cielos que fuera ese hombre irritante el que se encontrará en la mesa. Deslizo la mirada por el interior del paciente, hallando con rapidez lo que no está funcionando correctamente.

Corto y suturo abriéndole paso a Andrew, quien abre aún más el primer corte revelando un corazón latiendo con fuerza y tranquilidad. Los latidos son armoniosos y relajantes, ese color rojo vibrante de la sangre bombeada por el órgano, y las venas que recorren el corazón, son encantadoras. Entiendo por qué le dieron el apodo del ángel de la cirugía, aunque me niego a admitirlo en voz alta, sus manos hacen milagros.

Los intocables Nothwert (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora