Nunca pensé que una noche en la que me iba a sucumbir en una ardiente putifarra, esta terminaría siendo la mayor causa de mis más grandes temores.
Puedo decir a mi favor, que esta historia no comienza por el uso excesivo de drogas, alcohol o de alguna sustancia que haya alterado mis nervios, a tal punto de sucumbirme en la locura, y ni hablar del interés superficial que a mis necesidades comprenden. Solo soy un forastero en busca de sensaciones, y lo que Manta ha causado en mí, jamás será olvidado. Y maldita sea mi memoria y esta tierra que tanto temor causa al que peca.
Me habían dicho que Manta tiene playas hermosas, y no puedo negar tal exclamación: efectivamente, Manta es una perla, pero, aunque mis expectativas fueron saciadas, debo agregar, que tanto fue mi cariño por esta urbe que quise ver más. Sí, mi yo interno quiso ver más, pero esta gula fue alimentada por las recomendaciones de ciertas personas que me convencieron al hecho de que un forastero jamás saldrá satisfecho de una zona del que no haya conocido todos sus perfiles, sus calles y avenidas, sus bordillos, sus barrios excéntricos y por sobre todo respirar sus bosques. Solo entonces la mente podrá satisfacerse si es que ha conocido lo bueno y lo malo de una ciudad bendita.
Fue durante esa disquisición que conocí a esa hembra.
Era temprano, recuerdo; el horizonte era apocalíptico, pero no necesite luces para verla y admirarla.
En la bajada de la calle 8, en un recuadro húmedo de la empinada vía donde aún ahora se encuentra la estatua del Libertador, la vi vendiendo sus carnes por solo diez dólares, y yo pasaba por ahí con el pretexto al que me habían inducido.
La recuerdo perfectamente; su piel era rosada y sus muslos eran dos perfectas esfinges que moría por apretar, mientras que su cabello castaño con rayos del sol, caía libre como cascada sobre sus voluptuosas caderas. Su figura era hermosa, y verla con sus piernas entrelazadas, me volvió en éxtasis y plástico, ya que su presencia, usaba fácilmente la luna como su bicornio.
Tan emocionado estaba, que no premedite que su presencia estaba maldita y que su entorno olía a azufre.
Dios mío, ¿de qué tártaro habrá surgido tal lujuriosa y espectacular figura? Creo que solo una morbosa o esplendida imagina-ción podría describir a ese extraño ser.
Fue tarde para mí en el momento en que nuestras vistas chocaron. Me le acerqué cuanto pude y le di los diez dólares que pedía. Una vez pactado el trato, besé lo que por derecho me pertenecía en ese momento, y tal fue mi desespero, que la emoción me hizo sentir al instante lo turbado del asunto: sentí vinagre ante el contacto. En los labios de ella no habia fragancia ni carnosidad alguna. En su lugar, la textura de la criatura se asemejaba a una piedra pómez. Eso me hizo abrir los ojos de impacto y buscar los de ella, y me aterre de sobremanera al ver que la vista de este ser era una malgama infernal ambarina parecida solo a las llamas que el averno produce.
Aterrado, intenté alejarme de ella, y fue en ese momento que me di cuenta que me tenía muy bien agarrado entre sus manos: no, entre sus garras. Forceje mientras la bestia seguía besándome y aferrándome más a su cuerpo que cada vez se sentía más grotesco.
Al final, no sé si ella cedió o mi adrenalina hizo surgir una fuerza del que yo, hasta ese momento, no conocía, pero lo hice, y logré soltarme. Caí de sentón en el pavimento y muy poco me importó el terrible dolor que eso produjo en mis lumbares. Lo único que mi mente me decía es que debía correr y desaparecer de ahí lo más rápido posible, y eso hice.
Mi corazón era una locomotora que me hacía doler el pecho con cada palpito. Aun así, un timbre masoquista en mi cavilación quiso cerciorarse de que la razón de mi exaltación sea coherente a los delirios que a veces la mente puede ejercer sobre uno. Claro que no dudaba de haber visto lo que vi, pues nunca he sobreestimado a mi mente; soy un joven de veintiún años que jamás podría confundir a una bella mujer con un demonio extraído de las pestilentes desgarraduras del infierno. Voltee entonces (masoquista de mi parte, pero importante para mí cavilación)
Repito: nunca estuve bajo la influencia de ninguna sustancia como para poder culpar por eso la deforme figura que se encontraba frente a mí. Y aunque ahora me siento satisfecho por rectificar lo que me habia espantado, un nuevo susto de muerte volvió a impactar sobre mi delicado corazón, ahora que tenía una vista más panorámica, puesto que, lo que hace un momento habia sido una bella mujer —y si es que en algún momento eso habia sido un ser humano— ahora, frente a mí, y bajo la luz amarillenta de las farolas, se encontraba algo que más parecía ser un chivo. Y digo chivo debido a que en mi imaginación no existe absolutamente nada que tuviese relación con ese blasfemo ser.
Su nariz era una prominencia sin tabique que se ajustaba a los rasgos oculares de dos líneas llameantes cubierta de un espeso pelaje negro. Su figura corporal era raquítica y pequeña; solo en los antebrazos y pantorrillas existía el abultado pelado, ya que el resto del cuerpo era lampiño con formaciones físicas imposibles de exponer. Sus brazos largos y deformes eran dos lanzas que se agitaban como un pulpo alrededor de sus cabrias pezuñas, que galopaban gozosas por mi aterrada huida.
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Cuentos Ignotos de la Misteriosa Linea Ecuatorial
Horror¿Quieres sentir miedo e incertidumbre? Lee estos cuentos de mi tierra, y sucumbe en el horror que guarda en sus calles y avenidas, casas y chozas... bosques y playas