Abrí los ojos y antes de poder identificar el lugar en el que me hallaba, sentí una extraña sensación de agonía en la garganta. De repente vomité en un suelo tan blanco como la leche. En el líquido biscoso se encontraban restos de macarrones, esto me llevó a intuir que el último alimento que probé fue la pasta (excepcionando el suero fisiológico que tenia adjunto a mi cuerpo a través de una aguja clavada en la vena de mi mano)
De pronto escuche la puerta y me quede perpleja. Abrieron de forma sigilosa dos hombres vestidos de blanco y se plantaron frente a mí.
Uno de los hombres era calvo y tenia una larga barba canosa en su barbillla, padecía algo de sobrepeso y uno de sus ojos estaba tapado por un parche (también blanco). El otro hombre era joven, yo diría que unos 25-30 años, tenía una melena larga y castaña, además un tatuaje (con unas palabras, pero no lo entendía y suponía que sería otro idioma) que le ocupaba toda la muñeca. Miraron el suelo manchado y me cogieron por los hombros para acostarme en la cama sin decir una palabra. Yo no me opuse a sus movimientos porque estaba demasiado débil. Esperaron unos 2 minutos y después no recuerdo nada, quedé dormida en esa cama blanca, en medio de esa habitación sin ventanas, que se encontraba en un edificio que no tenía localización alguna por mi parte.
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SIN REFERENCIA
Teen FictionMara, 15, Torremolinos (Málaga). Sergio, 41, frutero de día, cargador de pesos pesados en la noche. Marisa, 39, frutera y ama de casa. Todos ellos formaban una familia española común y corriente. Sergio Sangüesa y Marisa Torres decidieron encargarse...