Desperté de nuevo en la misma habitación, habian estado limpiando, ya no había mancha alguna de "mi firma". Sentí un molesto escozor en mi pie y miré para adelante. Al final de la cama estaba mi pie izquierdo junto al derecho. Este último tenía una aguja clavada y esta se unía a un bote de antibiótico. Tenía las manos heladas cuando me toque la cara y pude comprobar que carecía de camiseta. Sobre toda mi barriga y mi pecho destacaban unas pegatinas con unos cables que desenbocaban en una máquina muy compleja.
Decidí no levantarme por ahora, no quería repetir el incidente de hace unas horas o... unos días. La habitación era bastante amplia, pero solo poseía la cama sobre la que yo reposaba y una butaca vieja y "marginada" al fondo del cuarto. No había ventanas pero eso no era un echo nuevo, ya lo había comprobado la primera vez que me ví allí alojada.
De pronto la puerta se abrió, yo quede alucinada por que parecía una puerta de la carcel, de esas que se habren con un código y tienen rejas. Lo dicho, un hombre con pinta de médico me toco la frente y anotó algo en su hoja de color rosa. El doctor sabía de lo que hablaba y decidió ajustar algún botón de las máquinas que me rodeaban. Yo estaba muy débil para hablar y decidí mirarle a los ojos, pero el ni siquiera me miro a mi, todo lo demás lo reviso varias veces, pero a mi que me den, que no me dirigió palabra.
Tras unas modificaciones en mis "amigas" de la habitación, el antipático hombre vestido de blanco, con ojos saltones y una barba destacable, acerco un poco la butaca hacia mi cama y se acomodó. Yo empezé a emitir diferentes sonidos extraños y él habló por fin:
-Mara, ¿recuerdas por que estas aquí?
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SIN REFERENCIA
Teen FictionMara, 15, Torremolinos (Málaga). Sergio, 41, frutero de día, cargador de pesos pesados en la noche. Marisa, 39, frutera y ama de casa. Todos ellos formaban una familia española común y corriente. Sergio Sangüesa y Marisa Torres decidieron encargarse...