Capítulo 5

50 5 0
                                    

Los suaves dedos de mi abuela se deslizaban por mi cabello lentamente. El silencio inundaba mi oídos como si fuera la bella sinfonía que quería escuchar en aquel momento. Estar ahí tumbada era todo lo que necesitaba, simplemente eso.

No había hablado con ella aún sobre lo que había pasado, pero evidentemente se esperaba algo así por la conversación que habíamos tenido la semana pasada. Guille no me había escrito en estos días, a pesar de que para mí había sido imposible no dejarle más de un mensaje y un par de llamadas perdidas que iban a mantenerse sin respuesta.

No tengo muy claro qué le habría dicho si me lo hubiera cogido. Tal vez me habría disculpado con él por haberme ido a casa de Enzo, era bastante inapropiado y además había parecido algo complemente distinto a lo que verdaderamente pasó.

Aún recuerdo observar sus labios durante la noche. Tal vez no hicimos nada, pero el cómo me hizo sentir significó un todo para mí. Marcaba un antes y un después con respecto a mi forma de enfocarlo todo. Aunque por otro lado, las barreras entre lo que tenía claro y lo que no, estaban muy difusas, como si hubiera dejado de entender cómo funcionaba el mundo y cómo funcionaba yo misma.

Respecto a Guille... tampoco tenía claro qué estaba pasando. Dios mío... yo quería a Guille con todo mi corazón, pero empezaba a no tener idea de lo que significaba el amor. El amor era café. Ese amargo sabor cada vez que besaba a Guille por las mañanas, era un adicto al café oscuro. El amor eran noches en vela. Demasiadas veces había pasado una velada acompañada de la luna y las estrellas, las únicas que siempre me eran fieles y estaban dispuestas a escuchar mis desvaríos de niña tonta. El amor era dolor. Las rosas sin espinas no son bonitas, dicen, el amor duele, dicen... ¿por qué duele el amor? Tenemos demasiado normalizado que si alguien te quiere te hará llorar, tenemos normalizadas las discusiones o hacer que una persona se sienta inferior por ser sí misma o por cometer errores humanos.

El amor era una mierda.

Mentira.

El amor era hermoso.

—Buenos días, princesa —resonó la voz en mi cabeza.

Se sentía tan real como aquella vez, hace varios años.

—Buenos días, príncipe —dije yo abriendo levemente los ojos.

El chico de pelo castaño y ojos marrones estaba completamente desnudo, de pie junto a la cama y ligeramente encorvado para poder robarme un beso con un tenue y amargo sabor a café cargado.

—He preparado el desayuno —dijo Guille subiéndose a la cama y aprisionándome con sus piernas.

Su cuerpo se erguía sobre mí. El chico no tenía demasiados músculos, se mantenía algo plano pero sin más, con algo de vello por su pecho y haciendo también un pequeño camino que unía su ombligo con su entrepierna. Para mí verlo desnudo era como tener delante un dios griego.

—Te quiero —soltó el chico acercando su cara a la mía y permitiéndome notar el amargo sabor de nuevo.

Su cuerpo y el mío estaban completamente pegados, sólo nos separaba aquella fina sábana que de hecho era lo suficientemente translúcida como para que se dibujara mi cuerpo bajo ella, y pudiera notar cada parte de la anatomía de Guille.

—Yo también te quiero —solté yo en cuanto nuestros labios se separaron.

Hacía tan sólo unas horas que habíamos tenido nuestra primera vez. Guille había organizado una escapada romántica a una cabaña en un pueblecito de Madrid, y bueno, no sabría decir si era exactamente romántica, pero desde luego había sido muy ardiente.

—¿Sabes qué? —dijo Guille robándome un beso mientras introducía la mano bajo la sábana—. El desayuno puede esperar.

Guille cogió la sábana y la retiró de golpe, apartándola de mi cuerpo y dejándome absolutamente desnuda. Con un solo vistazo puede darme cuenta de qué se estaba pasando por su mente en aquel instante, y es que su calentón era difícil de disimular con un indicador tan evidente.

Noches de InsomnioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora