Capítulo 1: El pasillo de la infancia

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Camino con duda a través de un pasillo, todas las paredes que me rodean son de un blanco totalmente pulido, no tiene ni una sola mancha, están hechas de mármol y se nota que fueron pulidas recientemente, en el techo del pasillo hay unos bombillos incrustados en orificios redondos. Recuerdo haberme quejado un poco de lo caliente que estaba el pasillo cuando de repente entró una brisa fresca como de aire acondicionado.

Cuando me empecé a quejar de la distancia que estaba recorriendo, que no había visto a nadie pasar en un buen rato y sobretodo que no había visto ni un solo cuarto, consultorio u oficina desde que entré, comencé a dudar sobre lo que hacía en ese lugar, ni siquiera recordaba cómo había llegado ahí y de la nada apareció ante mí una puerta de cristal con bordes azul claro, la puerta estaba abierta de par en par y desprendía una luz cálida, decidí entrar por mera curiosidad, cuando crucé el umbral de la puerta me percaté de que era una oficina con las paredes pintadas en diferentes tonalidades de verde, asientos de cuero negro, había una pequeña mesa de madera en una esquina con una planta solitaria sobre ella que parecía haber sido regada recientemente porque todavía se podían ver gotas de agua caer en la maceta.

De la nada una voz carrasposa me saca de mis pensamientos, me vuelvo sobre mí y veo a un señor mayor, calvo en la mayor parte de su cabeza salvo por una hilera de cabello que se desprendía en la parte trasera de su nuca, tenía unos lentes de lectura con una montura azul marino de cristales cuadrados.

- Disculpe ¿En qué puedo ayudarlo?

- ¿Eh?

- ¿En qué puedo ayudarlo?

- Yo... No...

- Es usted un hombre de pocas palabras ¿verdad?

- Es que no tengo idea de donde estoy, no sé qué hago aquí, no sé ni cómo llegue aquí

El hombre deja salir un suspiro, puedo intuir que con un poco de decepción tras escuchar mi respuesta y luego retoma la conversación.

- ¿Tiene usted cita para el día de hoy?

- Pero... ¿Cita para qué? ¿De qué está hablando?

En ese momento una voz infantil nos interrumpió.

- Déjalo pasar, se nota que necesita ayuda

A lo cual respondí.

- ¿Ayuda con qué? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?

- Tranquilo Pedro estás en un lugar seguro, bueno la mayor parte del tiempo...

- ¿La mayor parte del tiempo a que te?

Antes de que pudiera terminar la pregunta todas las luces del entorno empezaron a titilar.

Me quedé viendo al techo extrañado y comenté:

- ¿Se les olvidó pagar la cuenta de la luz o...?

- No tenemos mucho tiempo por favor acompáñame Pedro

- ¿Acompañarte a donde y como rayos sabes mi nombre?

- Haces demasiadas preguntas, es bueno saber que no has perdido ese habito.

- ¿Qué?

De la nada aparecimos de nuevo en un pasillo con una puerta de madera oscura y con un rotulado en el cual estaba escrito en letras negras muy grandes la palabra ¨DOCTOR¨ eso era todo no colocaba nombre y mucho menos una especialización. La puerta tenía una especie de cerrojo computarizado en el que el muchacho utilizando un teclado que formaba parte de la cerradura colocó una contraseña numérica que me costó trabajo observar y seguirle la pista, luego la puerta hizo un ruido mecánico parecía ser un seguro que se destrababa automáticamente, el chico tocó la puerta de una forma especial. Fueron tres toques particulares, uno individual y dos seguidos.

LOS RETOS DE LA MENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora