Capítulo tres
Amor
Lorraine
Una semana después
Sábado, otra vez. Eso significaba paseo por las calles de París. Eran las cinco de la tarde, solo me faltaban dos tareas de la universidad y ya había aseado mi piso. Las dos tareas no me preocupaban, podría empezarlas hoy al volver y así hacerlas entre lo que quedaba del día de hoy y el día de mañana. Así que sí, Lorraine estaba libre.
Al salir de mi casa cerré con llave, me subí al ascensor y presioné el piso uno, yo vivía en el nivel cuatro de ocho. Cuando salí a la calle, me sorprendió ver a un hombre sentado en el capó de un auto negro muy reluciente al otro lado de la carretera. Estaba con las manos en los bolsillos, llevaba un Jean suelto, unos zapatos deportivos de color blanco, una camisa blanca, un gorro negro y un abrigo largo también de color negro.
«Cielos, cuanta elegancia»
—¿Joyce? —Llamé su atención al cruzar la calle y lograr reconocerlo—. ¿Esperas a alguien?, Tal vez pueda ayudarte.
Él sacó las manos de sus bolsillos y se acercó a mí.
—Hola, Lorraine.
—Hola —le ofrecí mi mano y él la miró antes de estrecharla observándome fijamente. Yo llevaba puestos unos guantes negros, él llevaba sus grandes manos desnudas y en ese momento deseé ir así yo también para ver si volvería a sentir ese corrientazo de la primera vez.
—Te esperaba a ti.
—¿A mí? —Sonreí quitándome el cabello que el viento me hacía tener en la cara.
Joyce asintió levemente, pero con firmeza.
—Vaya, yo no imaginaba volver a encontrarte hoy.
«Pero sí lo deseaba, hace días».
—Yo tampoco, pero recordé que chocamos cuando salí de paseo y no sé, pensé en que tal vez, al igual que yo, salías todos los sábados a caminar por París para despejar la mente.
—Acertaste. ¿Y el auto?
Su sonrisa se amplió mientras lo miraba. Ya ví, le encantaba. A mí me encantaba el dueño y apenas lo conocía.
—Ah, es que hoy tengo otros planes.
—¿Secuestrarme es uno de ellos? —La pregunta fue en broma, pero él no la tomó como una. Me miraba fijamente con expresión seria y yo no sabía qué decirle—. Discúlpame, no insinuo que seas un secuestrador, solo…
—No te disculpes. Créeme que presiento lo que te sucede con los desconocidos y está bien desconfiar, pero lo tuyo, además de desconfianza, ¿es una especie de trau…?
—Ehh, algo de eso —lo interrumpí y él se calló.
—Ahora discúlpame tú a mí, lo siento, no quería incomodarte, soy ligero a la hora de hablar y eso a veces me lleva a dañar las cosas.
—No has dañado nada, solo no quiero decir nada al respecto, por ahora.
—Vale. Pero que no lo hablemos no significa que dejaré de mortificarme con ello, tampoco que deje de sentir... pena por mi propio género.
Aquello me sacó una sonrisa.
—En algún momento de mi vida me vi siendo maltratada física y psicológicamente. Fue en una relación en la que duré cuatro años.
Él no esperaba que le dijera, yo no esperaba poder decirlo, de hecho, acababa de negarme a comentar algo al respecto. Pero él era Joyce, el hombre que emanaba confianza y honestidad hasta por los poros. Y sabía que no me estaba equivocando al dejarle entrar en mi vida, tal vez fuera una desilusión amorosa más o simplemente fuéramos amigos pero quería ir a aquel lugar que desconocía, en el que estábamos él y yo.
—¿Cómo estás con eso?
—Soy fuerte, lo he llevado cada vez mejor según ha pasado el tiempo. Tomé algunas terapias en las que lo esencial era escribir cómo me sentía y saber de la manera en que merecía ser tratada.
Sonrió ampliamente con la mirada desprendiendo admiración.
—Eso es.
—Pero aún me cuesta no desconfiar de la mayoría de los hombres y bromeo con ello si siento confianza con alguien, tampoco me gusta que me toquen si no lo consiento. Sé que apenas nos conocemos hace una semana, que solo te ví un día, pero…
—Lo sé. Pienso igual, me agradas aún cuando te ví el sábado pasado, a penas. ¿Eso está mal?
—Supongo que no, es decir, siento lo mismo.
¿Nos estábamos diciendo el uno al otro que nos correspondíamos?, ¿tan... tranquilamente…? Estaba temblando, pero tranquila, confiada, a gusto y aún más al saber que él también sentía lo que yo. Una voz en mi cabeza decía que mentía pero sabía que no, esa paz que me transmitía, esos sentimientos, esas sensaciones, ese anhelo eran real, tanto como esas ganas de tenerlo…
—No sé quién eres, no sé lo que quieres, no sé casi nada de ti, pero te aseguro que quiero saberlo todo —le dije dando un paso más hacia él.
Joyce, en ese momento, me ofreció su mano, y yo la tomé.
—¿Nos arriesgamos a ver qué sucederá?
Asentí, viendo cómo su sonrisa se ampliaba y aparecían esos hoyuelos y esas arruguitas alrededor de sus ojos.
Mi corazón latía desbocado y yo solo esperaba que, por esta vez, Dios me permitiera vivir esa ilusión sin salir con traumas en el proceso. Aún no amaba a Joyce, pero lo quería, si tuviera que elegir justo en ese momento lo eligiria a él, porque lo quería para mí.
El amor era algo hermoso, a veces tan amargo que dejaba de ser amor pero, ¿qué pasaría si esa vez sí funcionaba? ¿Qué pasaría si en ese nuevo intento salía ganando? ¿Qué pasaría si le ponía un poco de miel a la amargura que sentía debido a todo lo que pasé...?
—Sí, Joyce. Nos arriesgamos.
ESTÁS LEYENDO
Amor con miel © [+18]
RomanceLa vida está llena de momentos difíciles. Tanto Joyce como Lorraine eran conscientes, pues los dos tenían testimonios de situaciones pasadas tan fuertes como dolorosas. Sin embargo, Joyce, a diferencia de Lorraine, había conocido el mejor refugio pa...