Era un mediodía espléndido. El sol brillaba con fuerza, prometiendo un verano de agradables temperaturas y cielos despejados. Los estragos del invierno ya a penas se notaban en los campos que rodeaban Paleto, cuya tierra se pintaba de verde con los nuevos brotes de hierbas. Los altos árboles que tanto caracterizaban el lugar volvían a vestirse de frondoso follaje, invitando a aves y pequeños roedores a armar sus refugios en ellos una temporada más. Era sábado, por lo que a penas había tránsito en aquella ancha autopista.
Y todo hubiera sido paz y armonía aquel mediodía dentro del auto tamaño familiar de no ser por los dos niños de cinco años que, a los gritos, discutían en el asiento trasero.
- ¡Pero papá, Nina me pegó primero!- se quejó Alek, frotándose el brazo con ganas.
- No importa quién empezó. Ya dejen de pelear -exclamó Viktor con hastío llevando una mano a su entrecejo. "Jaqueca". Desde que hubieron salido de la mansión familiar los mellizos no habían cesado en su pequeña trifulca. Ninguno de los dos quería abandonar la partida que estaban teniendo en la vieja consola de videojuegos de Horacio, esa consola que habían adquirido en un mercado de pulgas meses atrás. Juguetes volando, gritos, empujones-. Vamos, pídele perdón a tu hermana -le ordenó el peligris girándose sobre su asiento-. Alek, pídele perdón a Nina. Nina... Nina, mírame -la susodicha, visiblemente furiosa, se hallaba de brazos cruzados y con la mirada fija en el paisaje que se sucedía en el exterior- Yekaterina, pídele perdón a tu hermano.
- ¡Papá! -chilló Nina haciendo un puchero y clavando en su progenitor sus grandes ojos grises, aterrada. Volkov ahogó una risotada, de forma algo infructuosa. Sabía lo mucho que la rubiecita odiaba ese apodo (al igual que Horacio), por lo que no se contenía en emplearlo siempre que podía y cuando la situación así lo ameritaba.
- Estoy esperando, Yekaterina -prosiguió, severo.
- Perdón, Alekie- exhaló la niña un par de segundos después- Ya está, ¿contento?
- Alek, tú también debes disculparte por tirarle del pelo- advirtió con tono severo Horacio. Normalmente, cuando conducía, evitaba meterse en sus disputas, pero ya estaba harto de aquello. No había podido escuchar ninguna canción en paz y, para colmo, su esposo había empleado aquel nombre horrendo contra su hija.
- ¡Pero si yo...!- intentó excusarse nuevamente el niño, mirando con ojos lastimeros a sus dos padres.
- Que te disculpes con tu hermana o doy media vuelta y no vamos al cumpleaños de Jack- sentenció el de cresta.
- ¡No! ¡Eso es injusto!- vociferó Alek, esta vez más angustiado que enojado. Habían muchas cosas que podía ceder, pero el cumpleaños de uno de sus mejores amigos no era una de esas cosas- Está bien... Perdón por tirarte del pelo, Nini- masculló entre dientes.
- Bueno... Te perdono- dijo ésta con altivez, alisando su vestimenta como quien no quiere la cosa-, pero como me vuelvas a empujar te doy un puñetazo en el medio de la cara -susurró para que ninguno de sus padres pudiera oírla.
- Ya quisieras, Yekaterina- respondió en el mismo tono su hermano.
En aparente paz llegaron a la propiedad de los Collins. Ubicada a las afueras de Paleto, rodeada de pastizales, corrales y árboles de especies autóctonas, la acogedora morada se encontraba ahora decorada con globos de colores y banderines. Algunos niños correteaban frente al porche, en donde una larga mesa se había dispuesto, repleta de bocadillos y bebidas azucaradas.
- Parece que Corripio ya llegó- comentó Horacio mientras estacionaba junto al coche del sheriff.
Efectivamente, Ema, primer y única hija de Corripio, se encontraba jugando junto a los otros tres niños. Si bien era un año mayor que Jack, el hijo de Chris e Irina, se había hecho muy amiga del niño y no le molestaba jugar con sus amigos.
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Reencuentros con sabor a café y caramelo
FanfictionAlgunas personas aparecen para luego desaparecer sin dejar rastro. Otras aparecen para quedarse para siempre. Y otras, por más que intenten mantenerlas al margen, siempre parecen retornar, atrayentes igual que imanes de polos opuestos. Un par de año...