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- ¡Ya llegó!- gritó repentinamente eufórico Horacio.

Viktor y Nina se arrimaron a la puerta principal, ambos con amplias sonrisas en sus rostros. La rubia, sin poder esperar más, salió a recibir a su hermano.

Alegres murmullos se fueron acrecentando a medida que avanzaban hacia la casona, mientras todos esperaban, expectantes.

Antes de que Jack pudiera dar media vuelta, los hermanos Pérez Volkov hicieron acto de presencia. Nina saltando de alegría aferrada al musculoso brazo de Alek, quien aún vestía con su uniforme reglamentario.

- Buenas días- saludó el joven, sonrojado por la vergüenza de ver a tanta gente reunida en su casa, esperándolo.

Jack lo analizó detenidamente, manteniendo una distancia prudencial con el mismo. Reparando en las relucientes medallas que adornaban su pecho, en su impoluto traje. No pudiendo evitar tragar fuerte al detenerse en cada una de sus trabajadas extremidades y en su rostro, anguloso, adulto, el cual parecía cincelado en un perfecto bloque de granito. Su semblante denotaba orgullo y felicidad. Su voz se oía grave y sus ojos grises brillaban de anhelo y emoción contenida mientras veía a a cada una de las personas que lo rodeaban y festejaban su llegada.

- ¡Bienvenido a casa, hijo!- lo recibió Horacio, abrazándolo con tanta fuerza que lo levantó del suelo.

- Pero papá...- masculló entre risas el recién llegado. Sólo entonces, desde esa altura, se topó con la atenta mirada de Jack Collins. Sintió que los segundos se detenían mientras volvía a apoyar los pies en el suelo, y cómo su corazón latía desbocado de la emoción. El cabello rubio del sheriff caía, despeinado, hacia atrás, y su camisa se arrugaba bajo las grandes manos que la estrujaban con nerviosismo.

- Anda, dame la maleta y ve a saludar a los invitados. Tus tíos Nikolai y Eli vinieron desde Canadá para verlos. Ve, ve- lo apremió Horacio.

- ¡Después, pá! -gritó Nina, arrastrando a su hermano en dirección contraria- Los tíos pueden esperar. Hay alguien que quiere saludarte... y espero que esta vez, hablen, ¿sí? -le susurró con una sonrisa cómplice sin dejar de avanzar- O lo que quieran.

- Eh...- Alek trastabilló en el camino hacia Jack, quien lo miraba igual de aterrorizado que él- Ho-Hola, Jack- saludó en un susurro, sintiéndose particularmente estúpido al vestir con su uniforme y todas sus insignias de honor.

- Hola, Alek. Feliz... Feliz Navidad - musitó finalmente el rubio.

- Los dejo solos. Suerte, chiquitines -los saludó Nina volviendo hacia el sitio en el que se concentraba la mayor cantidad de invitados.

- Feliz Navidad- devolvió el saludo-. ¿Cómo...? ¿Cómo estás?

- ¿Yo? Eh... Bien. Bien. Trabajando y... bueno, ya sabes. Vida de adulto aburrido. La verdad es que... No tenía pensado quedarme. Ya ves... mi ropa -dijo entre risas señalando lo evidente- ¿Y tú? ¿Cómo estás?

- Bien, bien. Algo cansado del viaje, pero... Bien- sonrió con timidez-. Quédate. Quiero decir...- carraspeó, notando cuán en evidencia había quedado- Hace mucho no nos vemos. ¿Por qué no te quedas? Es sólo un almuerzo.

- Eh... v-vale. Vale -asintió ligeramente sonrojado- Pero si me quedo es sólo por ti. Quiero decir... Porque tú me lo pides.

- Eh... Va... Vale- balbuceó Alek, notando cómo el calor le subía por el cuello hasta la punta de las orejas. ¿Por qué las cosas con Jack se hacían siempre tan complicadas de sobrellevar?-. Yo... Tengo que saludar a los demás, así que... Eh... Toma asiento donde gustes.

- De acuerdo, por aquí te espero -exclamó echándose a andar en dirección a la mesa principal. Algo cohibido (aunque más feliz que minutos antes) ocupó un sitio próximo a la puerta de salida al hermoso jardín de la residencia.

Reencuentros con sabor a café y carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora