Papel y tinta

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Tus ojos ardían, ardían tanto porque no dormiste nada. Dolían porque estuviste toda la noche con esa maldita lampara de escritorio y ahora por el sol, y eso que no estaba en su cúspide. También ardían porque el viento fresco te golpeó tan pronto saliste de casa, el suave viento siendo tu peor enemigo en ese momento porque te torturaba.

Pero la verdadera tortura aun no iniciaba, no sólo no dormiste, sino que también ibas mucho más temprano de lo normal al instituto. Odiabas al mundo entero. Y lo hiciste saber al maldecir en voz alta en tu hogar, al salir de ahí y al subir al tren. Incluso tu cuerpo dolía y eso te dejaba más exhausta que molesta.

¿En qué momento pensaste que ser presidenta de la clase era buena idea? Era un calvario en realidad. Tener que atender temas de tus compañeros, de los festivales, de incluso maestros y clases enteras. No, no era lo que esperabas, solo querías créditos escolares y así salir con suficientes buenas recomendaciones, no querías arreglarle la vida entera a tu clase.

Frotaste tu rostro, sintiendo las mejillas frías por el frío matinal y tus palmas calientes ardiendo un poco al contacto. Ni habías tenido un desayuno decente y no tenías energías para nada. Tu única alegría en el momento era que el vagón iba prácticamente vacío, sólo tú y una persona más, el viaje en silencio y sin gente molesta que empujaba o traía equipajes enormes que terminaban golpeándote en la espinilla o el rostro.

Suspiraste, sintiendo el sueño querer seducirte, pero te negaste; no querías perder tu parada. Así que viste al desconocido, porque ver por las ventanas te iba a adormilar con ver los edificios y las calles más muertas que vivas a esa hora. Dejaste las manos sobre tu bolso, sintiendo la tela, y te acomodaste en tu asiento, viendo con atención las acciones ajenas.

El hombre viendo por la ventanilla, sus piernas cruzadas y en sus manos una caja plateada; lo viste abrirla y cerrarla, escuchando el chasquido del metal. Iba vestido de colores oscuros y su abrigo te parecía haberlo visto en algún otro lado, se veía costoso o eso te decían tus ojos entrenados para reconocer prendas de diseñador.

Abriste un poco más los ojos, sí, ese abrigo lo habías visto con uno de tus ídolos; uno de tu banda favorita usando el mismo abrigo en una premiación hace apenas unas semanas y recordabas la cantidad de ceros que tenía el precio cuando lo buscaste por internet. Debía ser alguien con buen salario para tener ese abrigo, hiciste un puchero, también querías tener ese dinero para comprar ropa que usaban tus ídolos.

Escuchaste el chasquido de nuevo y miraste sus manos. Las uñas negras llamando tu atención, viste tus propias uñas y suspiraste derrotada, maldiciendo el código de vestimenta de tu instituto al prohibirte el uso de esmaltes. Lo viste con más atención, viendo que carecía de los portafolios que cargaban la mayoría de los ángeles que veías día a día.

De hecho, con el abrigo caro y carencia de portafolio, daba a entender que era una persona de un buen nivel socio económico, ¿Qué hacía entonces tomando el tren como cualquier ciudadano promedio? ¿Era por qué era muy temprano? Jamás le habías visto antes, suponías que entonces lo tomaba a esa hora. El chasquido se hizo presente una vez más y lo viste moverse, girando en tu dirección, ojos buscando el mapa que estaba en la pared del tren.

Y sentiste que te caías de tu asiento al ver su rostro. Tu memoria era capaz de almacenar la letra de mil y tantas canciones, los rostros y rasgos de todos tus ídolos favoritos, de recordar las tareas que pedían los profesores y materiales para el laboratorio. Obviamente serías capaz de reconocer el rostro de tu propio Dios aun cuando eran contadas las veces donde fuiste capaz de verlo.

Nunca frente a frente, nunca en vivo, rara la vez que Dios hacía apariciones públicas, pero por eso mismo siendo tan habladas. Estabas acostumbrada a ver fotos borrosas y con suerte nítidas de él cuando salía al público, pero era imposible no reconocerlo. Viste como sus ojos se movieron poco, seguramente viendo las rutas y paradas, cuando estuvo satisfecho, regresó la mirada a la ventanilla y entonces te preguntaste que hacer.

Kumo no Kuni's GodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora