Capítulo 3

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Subí el volumen de la radio para amortiguar la odiosa voz del gps que me avisaba sobre la siguiente salida para llegar a mi destino como si así pudiera controlar el rápido latido de mi corazón que amenazaba con salirse de mi pecho a medida que avanzaba por la carretera.

Traté de concentrarme en la voz de Justin Timberlake que salía de la radio para tranquilizarme lo suficiente para no tener ningún accidente de coche antes del primer día de trabajo.

Había tenido muchos primeros días a lo largo de mi corta vida y aun así no me acostumbraba a ellos. Seguía poniéndome igual de nerviosa como si fuera la primera vez que iba a trabajar. Era cierto que, al menos, iba a ser la primera vez que iba a un lugar así.

Tenía que darle las gracias a Lauren por haberme pasado esa oferta hace un par de días antes de que aceptara la del tío de Spike y estuviera en esos momentos cuidando a sus dos primos pequeños, cosa que no me hacía mucha ilusión.

No era una gran amante de los niños, si tuviera que describirme. Podía estar un rato jugando con ellos o viendo una película juntos. Sin embargo, cuando comenzaba el desmadre, los llantos, gritos y pataletas prefería marcharme al lado contrario y no tener que lidiar con ellos.

Sin duda, la opción de Lauren había superado a Spike con creces. Al que no le había gustado tanto había sido a mi padre.

Esa misma mañana cuando me levantaba bien temprano para prepararme y lo había encontrado en la cocina desayunando, le comenté que estaría todo el verano trabajando a media jornada. Alegó, como lo había hecho por llamada durante todo el primer semestre de la universidad que no era necesario que lo hiciera. Teníamos el dinero suficiente para hacer frente a cualquiera de los gastos que pudiera tener.

No consiguió convencerme ninguna de las veces que habíamos mantenido la misma conversación, y aunque yo alegara que trabajaba para pagar mis propios caprichos como la manicura, peluquería y ropa, él seguía insistiendo que podía pagarlo.

Yo no era de las que se aprovechaban, podía haberlo hecho y haberme pasado todo el primer año universitario sin preocuparme por nada o pasarme todo aquel verano disfrutando de la playa. Me gustaba tener mi propio dinero y no depender de mi padre en cualquier aspecto de mi vida.

En cambio, Tarren había sabido aprovecharse de la situación y disfrutaba del dinero de nuestro padre como si fuera un pozo sin fondo.

Éramos dos polos opuestos viviendo en la misma casa y siendo criados por las dos mismas personas, físicamente teníamos parecido como el color de nuestros ojos, el cabello anaranjado, que él tenía un pelín más oscuro que el mío. Sin embargo, en lo personal eramos dos polos opuestos.

Tarren era el bueno, quien se preocupaba por los demás, participaba en voluntariado siempre que estaba libre, el mejor jugador de su equipo de fútbol americano. Incluso consiguió una beca completa para la universidad. Porque así era él, todo un ejemplo a seguir, amigo de todos sus amigos. Siempre con sus sonrisas sinceras y cálidas.

No habíamos vuelto a vernos o hablar desde la pelea en el bar. Conseguí que me dejara limpiar las heridas y la sangre reseca antes de que llegaramos a casa, pero una vez entramos en ella, él se encerró en su habitación y a la mañana siguiente había desaparecido de nuevo.

Seguía con miles de preguntas rondando por mi cabeza y algunas suposiciones respecto a lo que había ocurrido aquella noche. Ellos dos habían sido más hermanos de lo que Tarren y yo habíamos sido nunca. Pasaban las horas juntos, lo planeaban todo como si fueran un pack y no supieran ir sin el otro, incluso ambos habían optado por ir a la misma universidad y alquilar un apartamento para ellos.

El arte de mentirnos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora