—Creo que debería pedir hora para hacerme las uñas — comenté mientras las inspeccionaba. El gel transparente que me apliqué hacia un par de semanas estaba empezando a agrietarse.
—Brooke... ¿Puedes dejar de pensar en tus uñas? — preguntó papá, todavía frente a mí con una taza de café entre sus manos. Seguía sin comprender cómo podía gustarle esa bebida tan caliente aun estando a más de veinticinco grados fuera.
Rodé los ojos bajando la mano hacia la mesa que había entre nosotros. A mi alrededor, miles de conversaciones se agolpaban ocasionando un ruido molesto. Y yo seguía preguntándome cómo mi padre había conseguido que estuviéramos en una cafetería los dos solos desayunando antes de que me llevara al trabajo.
Habían pasado algunos días después de mi primer encontronazo con Reese en el refugio de animales y al cual no había vuelto a ver. Una parte de mí quería confrontarlo para saber el motivo de la gran pelea, mi parte menos racional, decidió que tampoco era para tanto y si Tarren y él ya no querían ser amigos no había nadie para interponerse entre ellos.
Eso también me evitaba conversaciones un tanto incómodas.
Mi hermano en cambio, seguía en la misma linea de estar desaparecido durante todo el día y aparecer de madrugada llevándose objetos por su paso hasta que terminé por quitar cualquier planta o cuadro que hubiera en el pasillo de la segunda planta y cerraba con pestillo mi puerta para no tener ninguna otra confusión con el baño.
Teniendo a su hijo favorito desaparecido, mi padre estaba de un humor de perros y quiso volcarse con la otra hija, aquella que olvidaba muy a menudo que existía.
—Tener unas uñas bonitas y cuidadas reflejan la persona que eres — comenté echándome hacia atrás —. Creo que a la vuelta llamaré.
—¿Quién te traerá? Puedo ir... — le interrumpí.
—Vendrá Dana a buscarme a las dos, hemos quedado para ir a comer y luego a la playa — sonreí sin enseñar los dientes.
—Si necesitas que te vaya a buscar, puedes llamarme — avisó.
No quise decirle lo que realmente pensaba, así que solamente asentí a su oferta. Ambos sabíamos que sería la última persona a la que llamaría si necesitara algo.
Saqué mi teléfono móvil del bolsillo del conjunto de una pieza negro con lunares blancos. Desbloqueé el móvil al ver que tenía varios mensajes que contestar. Mis compañeras de piso seguían enviando algunos para preguntar como íbamos llevando el verano.
—Brooke... ¿Puedes dejar el móvil? Estoy intentando mantener una conversación contigo — suspiré ruidosamente, bloqueé el móvil y alcé la mirada para verlo.
—¿Cómo está Tarren? — pregunté sonando un poco más dura de lo normal. Estar allí frente a mi padre solo me confirmaba que era su segundo plato en caso que mi hermano no le hiciera caso —. Está casi siempre fuera y no lo veo mucho. ¿Trabaja?
—Está buscando trabajo — no pasó desapercibida la manera que lo dijo, como si quisiera convencerse más él de las actividades de Tarren —. ¿Estás a gusto en tu trabajo?
Ladeé la cabeza ante su pregunta y su repentino cambio de tema.
—Si, me gusta estar rodeada de animales — contesté —. Son menos molestos — alcé una comisura de mis labios con una media sonrisa.
—¿Lo dices en serio? — inquirió con un tono preocupado.
—¿Qué me gustan los animales o que son menos molestos? — pregunté —. Porque he pasado todo el año trabajando en una cafetería y la gente suele ser... —, recorrí con la mirada las pocas mesas que estaban ocupadas —. Muy especial.
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El arte de mentirnos
Teen FictionBrooke ha sido siempre la superficial e insensible de la familia que solo se preocupa por sus uñas, su cabello y su cuenta bancaria. Pero cuando vuelve a casa a pasar el verano con sus amigos descubre que su hermano, el modelo a seguir, está a la de...