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En la noche del viernes ocurrió.
Rindou encontró a su hermano en el suelo de su habitación, estaba recostado de lado, con una de sus manos en el cuello, el cabello suelto sobre el rostro y sus ojos violetas opacos.
Apenas pudo hablar por el teléfono cuando llamó a la ambulancia.
Sabía que no servía de nada llamar a una ambulancia para que salvaran a su hermano, Ran ya llevaba horas muerto.
Según se vio en la autopsia, Ran murió casi instantáneamente. Fue una reacción alérgica. Bastó un poco de canela en su café y Ran terminó en el suelo muerto tras un sorbo.
¿Pero cómo habían llegado esos restos de canela ahí?
No se sabe cómo llegó ahí.
No había canela en el frasco de café, ni en el azúcar.
Y sabía que Ran sólo tomaba su café así, ni siquiera le ponía leche o crema.
Así que dijeron que fue un accidente desafortunado.
Rindou estaba destrozado.
Había vivido 23 años de su vida junto a su hermano y ahora no sabía qué hacer.
Él era su única compañía en su vida.
Huyeron de casa a temprana edad y jamás volvieron a contactar a sus padres, así que ahora estaba solo.
Su mayor apoyo emocional se había ido para no volver nunca más.
Mucha gente fue al funeral, hasta los ex integrantes de la Toman fue a presentar sus condolencias.
Y ahí fue cuando ocurrió.
Mientras el ex capitán de la cuarta división dejaba unas cuantas flores sobre el cajón de su hermano, Souya se acercó a él.
Se agachó frente a él y tomó su mano.
— Lo lamento tanto... —susurró y Rindou pudo ver la dulzura en sus ojos celestes— si quieres hablar o necesitas compañía estoy aquí...
Haitani lo miró por unos segundos, hasta que sonrió con tristeza y apretó la mano de Souya.
— Gracias, eso ayudaría muchísimo...
La sonrisa pequeña del Kawata lo deslumbró.
Fue en ese momento en que decidió que esa sonrisa era la cura para su pérdida.
Y la quería para él.
Por siempre.
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