Qué entusiasmo, qué capacidad para aceptar la felicidad en pequeños detalles. ¿No es como estar recibiendo una especie de limosna del cielo? Tan poco amor, tanto desprecio hacia sí mismo. Tan cobarde e incapaz. Levantarse al primer llamado en nombre del amor y permanecer clavado al suelo sin la intención de hacer lo mismo por sobrevivir al dolor. Y luego, después de ignorar el grito desgarrador que proviene del interior, de un ser que agoniza debido a la indiferencia, vuelve a poner los pies sobre el suelo para dirigirse a amar a personas igual de indolentes a sí mismo. ¿Qué es esto? Vaya hipocresía. Pero es honesto, es honesto en amar sin miramientos. Al menos eso le da el sentido a existir, evitar la infelicidad del mundo exterior cuando evitar la tristeza y el vacío que proviene del interior es una tarea mordazmente mortal.
