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GOTHAM 14:38

Dick Grayson, un joven de 22 años, con una vida normal. O al menos, eso le gustaría creer. Porque si así fuera, no tendría que soportar la constante atención que atraía cada vez que ponía un pie en cualquier lugar. Como en ese preciso momento, mientras salía de su última clase en la universidad. Parecía que el mundo se detenía para los demás: las conversaciones se apagaban, los movimientos cesaban y todas las miradas convergían inevitablemente en él.

Claro que la limusina negra estacionada frente a la entrada no ayudaba a que pasara desapercibido.

Con una sonrisa cálida y relajada, Dick subió al vehículo, ignorando con naturalidad las miradas de envidia, curiosidad y anhelo que lo seguían como una sombra. Llamar la atención era parte de su vida. Siempre lo había sido. Después de todo, tenía el porte de una celebridad, por no decir que lo era.

Cabello negro azabache y liso bien ordenado, ojos azules brillantes como el cielo, una figura atlética pero delgada al mismo tiempo, y esa sonrisa encantadora que, si lo quisiera, podría derretir los polos. Richard John Grayson Wayne, el primogénito del multimillonario empresario Bruce Wayne. Una figura pública, un heredero codiciado y un imán inevitable para las miradas ajenas.


—Joven maestro Dick, el maestro Bruce desea que usted y sus hermanos asistan al banquete de caridad de esta noche.


Dick alzó la vista hacia el espejo retrovisor, donde Alfred, con su habitual serenidad británica, mantenía la vista en la carretera. Por un momento, pensó que había escuchado mal. No era la primera vez que Bruce los enviaba a cubrir su lugar en eventos sociales, pero convocar a los cuatro al mismo tiempo era un movimiento inusual. Sospechosamente inusual.

"Debe estar bromeando", pensó, con una mezcla de incredulidad y pavor. No sabía qué era peor: si su padre planeaba torturarlos al mismo tiempo o simplemente quería desatar el caos en la alta sociedad de Gotham.


—No creo que a ninguno de ellos le haga gracia la idea —comentó Dick, con una risa nerviosa que murió rápidamente.


Por la expresión impasible de Alfred, estaba claro que no había margen para negociar.

Un escalofrío de alarma le recorrió la espalda. "Castigo", pensó de repente. La palabra brilló como una alarma en su cabeza, y el pánico se instaló en su pecho.


—¿Se enteró del Bugatti? —preguntó en un susurro, con la esperanza de estar paranoico.

—Y también de la piscina, joven maestro Dick —respondió Alfred con la misma calma estoica de siempre.

Dick cerró los ojos un instante, ahogando un gemido. Definitivamente estaban en problemas.

—Hablaré con Jason y Damian —dijo, frotándose las sienes como si ya le doliera la cabeza. —Te encargo a Tim.


Cuando Alfred asintió con un leve movimiento, Dick se hundió en el asiento, dejando escapar un largo suspiro de resignación.

"Estamos más que jodidos", pensó, imaginando cómo sería la velada. Seguramente estarían castigados por un buen tiempo.

MANSIÓN WAYNE 17:00 PM

Uno supondría que, en una mansión de varios acres donde cada miembro de la familia tenía su propio bloque, la paz reinaría sin problemas. Pero no. Los hermanos Wayne no podían pasar un solo día sin gritarse entre ellos; si no lo hicieran, sentirían que su existencia carecía de sentido.


—¡Por el amor de Dios, Dickhead! Ya tenía planes para esta noche —bramó una voz áspera y enfurruñada. —Ni hablar, no voy.


El dueño de la protesta era un joven de 18 años, alto y de complexión atlética, con el cabello negro desordenado salvo por un mechón blanco platinado que caía sobre su frente. Jason Peter Todd Wayne, segundo hijo del multimillonario Bruce Wayne y un rebelde sin causa.


—Ay, por favor, ir a un bar de mala muerte a embriagarte no es tener planes —replicó con sarcasmo una voz más aguda. —Es tu estúpida rutina diaria, zombie. Además, tampoco voy; yo sí tenía algo importante que hacer, Grayson.


Aquel comentario venía de un niño de 11 años, bajito, con el ceño perpetuamente fruncido, piel morena y un brillo feroz en sus ojos verdes. Damian Wayne Al Ghul, cuarto hijo del multimillonario Bruce Wayne y príncipe autoproclamado del hielo.


—No seas hipócrita, tú tampoco tienes planes. Pasarte el fin de semana en casa de los Kent no cuenta, es tu maldita rutina semanal —soltó Jason con una sonrisa cínica.


Y así, los gritos iban y venían, rebotando por las paredes como una banda sonora permanente. Dick, de pie en el centro de la sala, se masajeó las sienes. Había cometido un error de novato: pensar que podían tener una conversación civilizada. Hasta donde el mayor recordaba, no les había dado la opción de negarse.

Pese a ser el mayor, Dick rara vez imponía su autoridad. Era el hermano divertido, el que consentía más de la cuenta y no perdía la paciencia con facilidad. Pero había momentos (contados, muy contados) en los que no estaba dispuesto a ceder. Este era uno de ellos. Sobre todo porque ya habían desperdiciado una hora entera discutiendo.


—¡Basta! —La voz de Dick resonó con una firmeza poco habitual, haciendo que ambos se callaran de golpe. —No sé si les he hablado en algún idioma desconocido, pero no les estoy preguntando si tienen planes, no les estoy dando la opción de negarse y definitivamente no les estoy pidiendo un favor. Esto no es democrático; los dos van a asistir.


Jason resopló, cruzándose de brazos. Damian bufó, molesto.


—Ahora, van a subir, se pondrán un traje y estarán aquí a las siete en punto para el banquete. Y no quiero oír un 'pero', ¿entendido?


La mirada de Dick era tan severa que incluso Jason, con todo su descaro, optó por no desafiarla. Ambos se marcharon hacia las escaleras, lanzándose insultos en voz baja mientras subían.

Con un suspiro aliviado, Dick giró la cabeza hacia su otro hermano menor, que observaba la escena con una expresión de entretenimiento cauteloso.


—No me mires así, iré al banquete —murmuró, encogiéndose de hombros.


El chico tiene 14 años, sus ojos azules son ojerosos, su cabello negro, algo desordenado; es muy inteligente y tiene una muy severa adicción al café. Ese en efecto era Timothy Jackson Drake Wayne, tercer hijo del multimillonario empresario Bruce Wayne.

Dick asintió, satisfecho, antes de salir de la sala.


—Qué susto —murmuró Tim para sí mismo, hundiéndose más en el sillón.


En el fondo, sabía la verdad: cuando Dick se ponía serio, nadie se atrevía a desafiarlo.

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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