Capítulo 2: La leyenda de los siete reyes

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Abrió los ojos súbitamente, tosiendo gran cantidad de sangre espesa y negruzca, para volver a llenar con urgencia sus colapsados pulmones, que clamaban con rabia la falta de aire. Como mínimo el dolor había retrocedido, convirtiéndose en poco más que un murmullo apagado en los confines de su mente aturdida. Miró a su alrededor. La noche había consumido el mundo, cubriendo los campos, las casas e incluso su propio cuerpo, hasta convertir toda su existencia en un bulto oscuro tirado al borde del camino. Cerró los dedos para coger un puñado de tierra con una tímida sonrisa, sintiendo su tacto áspero y frío con deleite, mientras el aire húmedo de la noche se pegaba a su piel sudada y el chirriante canto de los grillos perforaba sus oídos. ¡Estaba viva! Sintió que la felicidad la embargaba. Hasta que el recuerdo de aquella siniestra voz torció su gesto. Debía de haber sido un sueño, ¿qué otra explicación había? 

Miró hacia abajo: su cuerpo parecía estar bien. Movió los dedos de los pies para convencerse, después flexionó las rodillas, y una vez hubo comprobado que no había ningún problema se incorporó hasta quedar sentada sobre el suelo.

"¿Qué ha sucedido? ¿Ha sido real?" Se preguntó, abrumada por la experiencia.

"¿Preferirías que solo hubiera sido un sueño? Pero en ese caso ahora seguramente estarías muerta."

Contuvo su respiración, presa del pánico, volviéndose rápidamente a su alrededor para intentar descubrir a su misterioso interlocutor, tal vez porque era incapaz de aceptar que solo existía en su mente.

"¿Qué sucede?"

Era la misma voz, estaba segura. No olvidaría fácilmente su tono serio, ni joven ni viejo, cálido, remotamente familiar, capaz de despertar intensas emociones en lo más profundo de su ser.

—¿Quién eres? ¡Muéstrate! —Pronunció asustada, ignorando la pregunta del otro.

"No hay forma de que pueda mostrarme. A fin de cuentas, yo soy tú."

Un ligero escalofrío hizo que se estremeciera de pies a cabeza.

—Eso es imposible... —Musitó.— Yo soy yo.

"¿Y quién eres tú?"

—Soy... Yo soy... —Balbució intentando recordar, sintiendo que faltaba algo importante en su memoria.— ¡¿Quién soy yo?!

"Deberías saberlo. Como ya he dicho eres la reina Laiskar de los bosques del sur."

—No puede ser. No es cierto. —Pronunció atónita."Solo soy una criada, nada más que una mera sirvienta del barrio de luces, hija de campesinos", pensó tristemente, antes de exclamar presa del pánico:— ¡¿Por qué no puedo recordar mi nombre?!

Algo debía estar realmente mal en su cabeza, pero por mucho que pensaba era incapaz de recordarlo.

"Me entregaste tu nombre cuando aceptaste el contrato. Pero no debería ser un problema, ya que te he otorgado uno mucho mejor: el mío." Su voz no expresaba burla ni orgullo, sin embargo la muchacha se sintió realmente molesta.

—¿Por qué has hecho algo así? —No pudo evitar preguntar, al borde del llanto.— ¿Por qué yo?

"Porque necesitaba un cuerpo que pudiera contenerme en este mundo, un cuerpo por el que todavía circulase La Esencia. Y el tuyo, pequeña Laiskar, es el recipiente perfecto para mí."

—Esto no tiene sentido. No puede ser real. —Intentó convencerse, sintiendo estrecharse el nudo en su garganta mientras la furia se apoderaba de ella:— ¡La magia no existe!

No podía saber en ese momento lo equivocada que estaba.

"Pero hubo un tiempo en que lo hizo, un tiempo en el que fue tan real como tú o como yo." Dijo la voz pausadamente con un tinte apenado, casi nostálgico. "Antes de la Gran Guerra las siete corrientes mágicas se practicaban a lo largo y ancho de las tierras de Altheia. Cada día nacían nuevos brujos y brujas dotados con el poder de La Esencia. Pero después, todo atisbo de magia... desapareció." Su voz se volvió más apagada. "Incluso aquellos que todavía conservan La Esencia son incapaces de manifestarla."

La búsqueda del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora