Capítulo 4: Jorden

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La luz se proyectaba difusamente a través del humo, el polvo y la ceniza que se habían levantado en el aire, creando extraños patrones ondulados con el movimiento de las pequeñas partículas. Era extraña, hacía que todo el bosque pareciera diferente, dándole el misterioso aspecto que tienen las cosas en los sueños. El mismo aspecto que tenía el muchacho que la miraba un poco apartado. Podía ver perfectamente su rostro aniñado, pero singularmente maduro, con el tinte acerado de los que luchan por su vida pintado en sus iris color cielo. Su cabello ceniciento apenas dejaba entrever la tonalidad dorada que una vez había tenido, afeando en cierta manera sus tiernas y hermosas facciones, unas facciones que de ninguna manera podrían pertenecer a un humano.


El suelo del bosque estaba deshecho, la tierra se había levantado, dejando expuestas las raíces de los árboles, creando surcos y desniveles que conformaban un paisaje desolador, peor que el rastro carbonizado que había dejado la pesadilla.


La voz en su cabeza se había convertido en un monótono murmurar sin sentido, llenando sus oídos de ruido sin llegar a decir nada que pudiese entender. Lo cual tampoco la molestaba, era hasta cierto punto relajante, como el susurro del viento a través de las hojas.


Vio acercarse la pesada criatura que había emprendido la persecución contra la pesadilla, su deforme rostro contraído en una mueca desconocida que dejaba asomar las dientes por encima de su labio inferior. Se dirigió al muchacho con movimientos intencionadamente torpes y lentos, balanceando los brazos a ambos lados mientras emitía una especie de lamento similar a un gruñido. Agachó la cabeza, encogiendo su cuerpo para quedar a la altura del chico, mirándolo con pena a través de las rendijas en las que se habían convertido sus ojos redondos como escarabajos.


— ¡Ghul, eres un inútil! — Espetó el muchacho, golpeando a la criatura en el rostro.


Ghul gimió en alto, golpeándose a sí mismo con fuerza, estirando de los pocos y feos cabellos que crecían en su cráneo duro como una piedra. Como si quisiera castigarse por haber sido incapaz de cumplir con la tarea que le había encomendado el pequeño.


— ¡Basta! — Exclamó cuando consideró que había sido suficiente.— Eres un inútil, —el draug estuvo a punto de volver a golpearse— pero todavía te necesito en plenas facultades. Si es que acaso pueda considerar tu habitual estupidez como muestra de tu mayor capacidad. — Pronunció con odio.


La mirada del draug voló hasta Laiskar, que continuaba tumbada en el suelo. Y de inmediato el miedo cobró fuerza en ella, temiendo las facciones toscas y hostiles, los dientes picados, desiguales y afilados, las gigantescas manos capaces de aplastar una cabeza humana, que poseía la criatura. Y para mayor disgusto, Ghul hizo ademán de avanzar hacia ella.


— Detente Ghul. Ella no es para ti. — Dijo de forma siniestra, mirando severamente el rostro del draug. — Piérdete, tu presencia la pone nerviosa.


El draug abrió la boca sin llegar a emitir sonido alguno, retrocediendo sin dejar de mirarlos, primero al muchacho y luego a ella de forma alternante, como si fuera un cachorro que ha sido reprendido por su dueño. Laiskar lo vio perderse entre los árboles, sintiendo que su miedo no descendía ni un ápice, quizá porque el pequeño la miraba fijamente, sin hacer movimiento alguno.


— Debe de haber sido doloroso. — Dijo finalmente, rompiendo el tenso silencio. — Usar la Esencia por primera vez. — Pareció pensarlo un momento.— Al menos los títeres dicen que es doloroso. No se puede decir que estuviera seguro de ello, supongo que porque los marionetistas no sentimos nada.

La búsqueda del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora