💖Prólogo💫

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"Comencé ha pensar en ti, calló mi mente, habló mi corazón.

Yo iba caminando errante cuando derrepente detuviste el mundo y quise conocerte,,,,, ¿sabes?, yo desde esa vez quise decirte que en ti encontré dirección, mi norte apunta a tu amor a cada paso que doy, eres mi brújula del corazón y en tú mirada hoy vuelvo a recordar: dos tontos jugando a ser amigos con su otra mitad.

Tengo tantas cosas que decirte, faltan las palabras, sobra la emoción y mirarte estando así, no sé qué hice para encontrarte.

Una vida atrás y otra más enfrente, cada día que pase serás mi presente".

Kazutora habría sido un niño feliz y sano si no hubiera tenido una familia disfuncional, unos padres que en lugar de ser su puerto o bace segura eran unos depredadores, ya que su supuesta fuente de protección también era su fuente de amenaza, eso lo condujo ha sentir que estaba sólo en el mundo y que siempre tenía que estar ipervigilante para sobrevivir, desencadenando ansiedad temprana, pues no podía crecer sintiendo confianza ya que desde muy chiquito no tuvo esa fuente protectora y cómo no podía vivir con depredadores, su única salida era estar lejos de ellos todo lo posible.

Una mañana antes de ir al colegio se duchó; dejó correr el agua caliente sobre su espalda sabiendo que se estaba desperdisiando, pero no le importó, quiso disfrutar el preciado líquido, darse ese lujo, algún lujo.

Durante casi toda su corta vida había pensado en otros, le había dado el lugar a otros.

Hasta donde él recordaba, sus padres casi nunca lo habrazaron, rara vez le leyeron cuentos, aunque cuando lo hicieron se sintió el niño más feliz, sin embargo gran parte del tiempo se la pasó olvidado, ignorado cómo si fuera invisible, eso lo volvió arisco.

Todos los adultos se preguntaban porqué siendo tan guapo era tan retraído, según la opinión generalisada, su atractivo rostro no correspondía con su timidés, pero era simple: Kazutora había crecido pensando que estorbaba, que no valía nada, que los demás importaban y él no, prácticamente vivía sin amor, Esa mañana se le antojó pensar alrevez.

Solo cuando la llema de los dedos comenzaron a arrugársele como pasas, salió de la ducha, se vistió a toda prisa y corrió hacia la cocina todavía con el pelo empapado; se topó con su padre que desayunaba.

—¿Tú qué haces aquí?, ¿acaso no tienes clases? —preguntó él con tono hosco.

Kazutora asintió buscando con la mirada algo de comer.

—¿Entonces ¿por qué sigues aquí?, ya te he dicho que debes irte al colegio temprano, cuántas veces tengo que repetírtelo. Eres un desobediente, ¿cuándo será el día que entiendas?; tu madre tampoco te educa ni te pone atención como devería, te deja hacer lo que se te da la gana.

Muévete si no quieres que ahorita mismo te dé una palisa para que aprendas —espetó con irritación.

Kazutora se encogió de hombros, tomó una barrita energética y sin despedirse salió de la casa con la mochila puesta.

Se encaminó al colegio cabizbajo, comiendo la barrita sin mucho ánimo.

Siempre era lo mismo, su padre era estricto y creía que podía arreglar las cosas gritando, ofendiendo, en si violentando, debido a eso la ansiedad en él aumentaba y el hecho de que su madre actuara indiferente, al contrario que su padre, no ayudaba, aunque lo prefería en cierto grado.

La carne es débil. (TR/AU/Bajitorafuyu)+ 18-en edición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora